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Desde Fukushima hasta Motril

En el club naútico existe desde 1992 uno de los 25 puntos de control de la Red de Vigilancia Radiológica del Consejo de Seguridad Nuclear · Es capaz de registrar restos de contaminación procedentes de Japón

Los prácticamente doce mil kilómetros que separan Granada de Fukushima dan plena seguridad de que el desastre nuclear que se desató con el terremoto y posterior tsunami del pasado 10 de marzo no afectarán de ninguna manera a la provincia. En este caso, y con una mirada un tanto egoísta, parece clara la relación entre el número de kilómetros y la certeza de que las consecuencias serán inapreciables o directamente nulas. Sin embargo, en el caso de que llegara algún tipo de radiactividad, sería posible detectarla e incluso cuantificarla. Ya ocurrió hace dos décadas con el accidente de Chernóbil. Las partículas contaminantes que se liberaron a la atmósfera aquel mes de abril de 1986 se dispersaron por buena parte de Europa oriental y también se pudieron registrar en algunos puntos de la Península Ibérica.

Nació en aquel entonces la conciencia de lo peligroso que podía resultar un accidente nuclear y, por tanto, la necesidad de contar con sistemas de control, prevención y, en su caso, de detección. De esta necesidad nació la Red de Vigilancia Radiológica (Revira), dependiente del Consejo de Seguridad Nuclear (CSN) y que cuenta con una de sus estaciones automáticas (REA) precisamente en Motril. En su club naútico se encuentra uno de los cinco puntos medidores andaluces -24 a nivel nacional más una en Portugal- que funciona desde 1992. Los datos que recoge esa estación se analizan y pueden consultarse a través de la página web del CSN, donde se actualizan prácticamente a diario.

Por ahora, según los datos ofrecidos precisamente por el Consejo de Seguridad Nuclear, no se ha detectado en Motril ninguna anomalía. Según explica el profesor de Física de Medio Ambiente de la Universidad de Granada Jerónimo Vida, durante todo 2011 la «tasa media de radiación gamma diaria ha sido de 0,12 microSievert por hora», un valor semejante a los «registros históricos medios para este lugar, que están entre 0,09 y 0,20 microSievert por hora».

Esa radiación registrada, explica Vida, «es parte natural de nuestro entorno» y procede fundamentalmente de dos fuentes, «de la desintegración de materiales radiactivos que existen en la naturaleza en el planeta y del espacio exterior». De la primera fuente el promedio anual es de 0,46 miliSievert, mientras que desde el espacio se recibe una media anual de 0,39 miliSievert. Además, «recibimos exposición interna por elementos radiactivos que ingerimos con los alimentos y agua y a través del aire», explica Vida. La dosis por esta vía es de 0,23. Si se suman las diferentes fuentes -entre las que se puede incluir también el gas radón-, el profesor indica que el valor medio de la radiación natural es de 2,4 miliSievert por año, «algo más del 40% de la dosis que recibiría una persona que viviera 42 días a más de 6.700 metros de altura por radiación cósmica», compara Vida.

Las consecuencias de la exposición a esta radiación natural son nulas, ya que, explica Vida, «la radiación natural es en parte responsable de que seamos lo que somos y en la forma que somos». Sin embargo, a esas fuentes naturales se unen las fuentes artificiales de radiación, que es donde está el peligro de donde surge la necesidad de contar con sistemas de control. Esas fuentes artificiales son muy variables aunque, curiosamente, la «principal son las pruebas médicas», como las radiografías, aunque en el nivel de radiación que una persona puede recibir en su vida pueden influir factores tan dispares como la geografía del lugar en el que resida o la profesión que se ejerza.

Con los datos del CSN en la mano, las tasas que se registran en Motril están muy por debajo de esos niveles naturales, pero, si llegara a registrarse algún indicio que indicara un aumento de la radiación, de inmediato se transmitiría esa información a la sede del CSN. «Esa es la misión de la red. Comprobar el estado de nuestro ambiente radiactivo y saltar en caso de emergencia o anomalía», arguye el profesor de la Universidad de Granada.

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