– Cultura limpia
SALGO del Rectorado de la Universidad, abro el coche, me siento y pongo el cinturón, arranco, la radio se enciende y oigo la acostumbrada voz de Fernando Argenta que hoy, miércoles, está especialmente alegre y comenta bonitas melodías de músicos optimistas, Rossini entre ellos, excelente compositor de partituras y casi igual de buen cocinero. Y, de pronto, Argenta difunde la noticia de que el gobierno de la República Popular China ha invitado al pianista Guillermo González para participar en las actividades de la otra olimpiada, la de la cultura, entre los veinte mejores pianistas del mundo y como único representante del mundo hispánico.
Argenta presumía de haber sido alumno y ser amigo del pianista, estaba que reventaba de un gozo que me contagió instantáneamente porque, si no puedo presumir de alumno, sí de amigo del pianista más generoso que ha dado España en toda su historia, generoso con los compositores, dadivoso de sí, impulsor y asesor de la Orquesta de Cámara de la Universidad de Granada, ejecutando gratis un programa dificilísimo sobre un piano mojado en el patio de los Arrayanes y en homenaje a Elena Martín Vivaldi, editor y revisor de la Iberia de Albéniz.
Llego a casa, pongo el televisor, consulto todos los teletextos, páginas de sociedad y cultura, para ver si hay más datos sobre la noticia. Pero esa noticia no está. Nuestra cultura se limita a la detención de una red de ladrones de pisos, a la redada contra un montón de pederastas, a una mancha de petróleo que amenaza la playa de la Malvarrosa en Valencia. Nuestra cultura se reduce a la banalización del delito, las chorradas de politiquillos cuyo poder no puede sostenerse sino sobre las corruptelas y las tiranías interiores, el cotilleo inmundo sobre el sexo de menganita y el antisexo de zutanito. ¿Cultura, para qué?
Cultura para respirar, para ser más personas, para no descender ¡y cuánto!, en esa dura escala / que desde el animal lleva hasta el hombre como dijo Luis Cernuda. Para limpiarse el alma.