En los artículos de Vulgarización científica, denominación tomada entonces del francés y que después pasó a llamarse divulgación científica, Echegaray pretendía «dar a conocer la serie de admirables invenciones con que el genio moderno enriquece a la ciencia o a la industria (…) e ir popularizando las grandes leyes de la Naturaleza y hasta su propia nomenclatura; porque esta popularización, multiplicada prodigiosamente por la Prensa, por el libro, por las conferencias públicas, y a veces hasta por la literatura, es la que hace subir el nivel de los pueblos, y la que, en cierto modo, prepara con acción incesante el cerebro de las generaciones venideras».
Desconozco que pensaría don José al conocer los datos que en la actualidad se publican sobre el conocimiento que de las leyes de la Naturaleza y su nomenclatura presenta el pueblo español, es decir el nivel de conocimientos que sobre las materias científicas presenta el cerebro de las generaciones actuales de españoles. Dado que muchas de sus obras de teatro acababan en duelos y suicidios, podría ser que su pluma tuviera buenos argumentos melodramáticos. En todo caso Echegaray fue un ejemplo claro de fe en la «popularización» de la ciencia. Y para ello utilizó las herramientas de su época. No todos los científicos han visto con buenos ojos la cuestión de la divulgación científica. Alguno llegó a declarar que: «Antes que degradar la Ciencia con intentos de divulgación, es preferible que quien no comprenda un texto científico pase la página. La Ciencia se expresa mediante un lenguaje que no puede desvirtuarse».
Desde los años 90, con la generalización de la enseñanza, la diversificación de estudios en todas las ramas del saber, la necesidad de fuentes de financiación cada vez mayores para los proyectos de investigación científica, entre otros motivos, la comunidad científica se ha visto obligada a considerar seriamente que el hombre de ciencia no solo debe investigar sino también comunicar su trabajo a toda la sociedad. La Ciencia no puede quedar encerrada en sus laboratorios o solo aparecer en escena para justificar las medidas que toman los poderes políticos, ya saben los técnicos/científicos nos dicen que… ¿Qué técnicos alemanes decían que los pepinos andaluces estaban contaminados?
La ciencia debe llegar a todos, debe salir de los laboratorios, darse a conocer aún cuando sea para justificar los gastos, los impuestos, las inversiones. Los medios para la divulgación son hoy múltiples, junto a los clásicos del papel, ya son bien conocidos los museos de ciencias, en Granada con la denominación de «parque», y en los últimos años están tomado fuerza las denominadas Semana de la Ciencia.
En estos días de noviembre diversos centros de investigación sitos en nuestra ciudad y especialmente la Facultad de Ciencias de la Universidad de Granada están acogiendo a estudiantes de primaria, secundaria y bachillerato en la undécima Semana de la Ciencia. Con un esfuerzo improbó de organización, la Vicedecana de Actividades Culturares de dicha Facultad puede certificarlo, en torno a tres mil «jóvenes cerebros» pueden conocer diferentes aspectos «vulgares» de la ciencia. La esperanza de todos los profesores e investigadores implicados en estas tareas de divulgación es que alcancen a comprender que el mundo es muy distinto al aprender ciencias, que el mundo es más bello al entender, por ejemplo, que los árboles son básicamente aire y calor atrapado del sol, o que las rocas pueden hablarnos de los mas remotos pasados.