educación. la crónica de amalia gutiérrez
Candidatura de concordia para una labor educativa
innovación. Uno de los maestros poniendo en práctica el método de enseñanza al aire libre.
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granada. Más de cien años después de aquella lejana tarde de 1889 en que el Padre Manjón escuchó por las laderas del Sacromonte un coro de niñas que recitaban el Avemaría, antiguos alumnos que se sucedieron durante generaciones en las escuelas creadas por el religioso confían en conseguir para el Premio a la Concordia en reconocimiento a la obra educativa que nació en Granada.
Más de 10.000 firmas avalan la candidatura para las Escuelas del Ave María, que hoy en día, 116 años después de que la fundase Andrés Manjón en el Sacromonte, la Casa Madre a la que tan sólo asistían catorce niños, conforman 400 centros repartidos por toda la Península y países de Sudamérica como Venezuela o Argentina.
La Asociación de Antiguos Alumnos del Ave María ha remitido a la Fundación Príncipe de Asturias la petición oficial, que avala con una masiva recogida de firmas. A las 10.000 que han reunido les acompaña un prominente libro que recoge los principios básicos que iluminaron la obra avemariana, así como las numerosas actividades profesionales que Andrés Majón y Manjón llevó a cabo y los títulos que se le otorgaron en vida, entre ellos el de Hijo Predilecto de Granada.
Sin duda, esta es la oportunidad que se le brinda a las instituciones y a la ciudad de Granada de agradecer la dedicación y el empeño del Padre Manjón, a través de su apoyo a la candidatura.
La obra de los colegios del Ave María fue destinada desde el primer momento a las clases desfavorecidas pues el Padre Manjón creía firmemente en que el niño pobre tiene derecho a la enseñanza gratuita. Su financiación se supeditaba a la caridad de los granadinos.
Los principios pedagógicos del Padre Manjón fueron totalmente innovadores para aquella época. Manjón defendía como factor principal que los pequeños se educasen en el ejemplo, utilizando para ello técnicas poco rutinarias, como enseñarles la lección al aire libre, con un mapa dibujado sobre el suelo. Con los pies en el mapa los niños aprendían la ubicación de los ríos, las capitales… se divertían y sobre todo apreciaban el valor real de las cosas desde una dimensión sensible, moral y religiosa.
Lo que fue un proyecto educativo circunscrito a Granada ha influido positivamente en la educación de varias generaciones de españoles que hoy se sienten agradecidos. Estos alumnos recuerdan con nostalgia aquellos años de colegio, de juegos, de niñez, de lecciones al aire libre. Todavía rememoran –aquellos duros años del hambre–el penetrante olor a la comida que impregnaba el patio del colegio de la Cuesta del Chapiz, que recuerda José Sanchez, coordinador de la Asociación de Antiguos Alumnos, que también resalta cómo, a diferencia de la mayoría de las escuelas de los tiempos de posguerra no nos ponían una mano encima.
La motivación humanitaria y social que impulsó al catedrático de la Universidad de Granada Andrés Manjón y Manjón fue la lucha incansable contra la pobreza, contra la ignorancia, contra las desigualdades sociales; defendiendo de esta forma la libertad de enseñanza frente al monopolio estatal de la época; propulsando incansablemente los valores humanos y cristianos capaces de construir una sociedad más justa y más fraterna; según sus propias palabras, la educación es una palanca casi omnipotente; es capaz de hacer milagros constantes y de efectos perseverantes; bien manejada, es susceptible de dar un vuelco, no sólo a los individuos sino a pueblos enteros, afirma Sánchez.
La institución avemariana ha promulgado desde sus comienzos la importancia de la igualdad social y confiere a sus precursores un respeto absoluto por el resto de alumnos y compañeros, pensando siempre en favor de los más desfavorecidos. En sus escritos el Padre Manjón deja dicho: Todo el Ave María sea gratuito, escuela, maestros, libros, papel. El alumno sólo pone su persona. A ser posible, trátese a los niños pobres, en punto a local y material de escuela, como si fueran ricos, que ante Dios lo son.
El esfuerzo, por supuesto, ha dado sus frutos y lo que comenzó siendo la ilusión de un sacerdote por ayudar a catorce niños ha derivado en una magnífica obra de regeneración del por entonces empobrecido pueblo español. Esta labor creativa y necesaria para la formación de un nuevo prototipo de hombre y sociedad pretendía alejarse del sistema encorsetado y favorecedor para unos pocos y por ello fue fervientemente reconocida y admirada por los contemporáneos.
Si realmente existía alguna forma de luchar contra el sistema, esa era la educación y la potenciación de la libertad de los alumnos. Dicho criterio fue el más importante que Andrés Majón quiso inculcar en sus escuelas y preceptores, ya que uno de los principales medios de luchar contra la ignorancia es proporcionar una educación activa, no rutinaria, además de una considerable apertura al conocimiento y nuevos horizontes.
La lucha contra la enfermedad era considerada un factor importante: Para llegar a lo sumo, que es el hombre intelectual moral y social, hay que comenzar por lo ínfimo, que es el hombre físico. Las instituciones avemarianas potenciaban, por tanto, el ejercicio físico, animaban a sus alumnos a trabajar en cuerpos sanos y ágiles que potenciasen la virtud y el trabajo. Un precursor, en definitiva del lema deportivo universal: Mens sana in corpore sano.