Alhambra al óleo.
La Alhambra, como si se tratase de un cubo de espejos que recibe la luz desde diferentes ángulos, no ofrece una única imagen. Conocerla no es visitarla una vez sino observar su infinidad de rincones, encuadres, apreciar sus cambios de su aspecto a todas las horas de luz del día y en días de las cuatro estaciones. Por ello una forma de acercarse y profundizar en el monumento es hacerlo a través de los ojos de un pintor. Uno de los artistas que se ha consagrado a ello es Manuel Gómez Rivero que, tras once años de observación directa, se ha convertido en un experto conocedor de todas las estampas que es capaz de reflejar esta colina.
Manuel Gómez Rivero ha visto tantas imágenes de la Alhambra, la ha visitado tanto y la ha pintado tantas veces que ya es como su casa. El profesor de Bellas Artes de la Universidad de Granada es un magnífico cicerone para adentrar a los viajeros en los secretos de la musa de sus cuadros, sus grabados y sus litografías. Fruto de la observación y de los paseos por las salas del monumento nazarí, por los jardines y bosques de su colina, y de las horas de pintura al natural, son dos exposiciones en las que muestra los rincones de la Alhambra que para él tienen más encanto y misterio.
La primera fue una colección de cuadros en los que la emblemática edificación que lucha por convertirse en una de las nuevas siete maravillas del mundo era pintada desde la Acera del Darro, la Cuesta de los Chinos y las Huertas del Generalife. En esta primera fase Manuel Gómez Rivero realizó un acercamiento progresivo a la Alhambra porque siempre la reflejaba desde la distancia, como una proyección lejana -salvo las incursiones en el Generalife-.
Tras una primera exposición en la que mostró tanto los óleos como la obra gráfica realizada desde 1996 a 2000, Gómez Rivero se adentró en el interior de la Alhambra para retratarla innumerables veces desde 2000 a 2006.
De sus trabajos en esos seis años nació otra exposición en la que el creador se centraba en captar los misterios del Patio del Ciprés de la Sultana, del de la Acequia, el Generalife o las Torres de la Alhambra.
Desde hace años imparte dos cursos al año -uno destinado a sus alumnos de Bellas Artes y otro a los estudiantes de doctorado- de pintura paisajística en los que les señala los espacios más tranquilos de la Alhambra. En los rincones de los jardines del Auditorio Manuel de Falla, el Partal o el Carmen de los Mártires ha enseñado a pintar al natural a miles de jóvenes creadores. A la hora de elegir un enclave para pintar al natural es importante que sea un lugar de poco tránsito. En los palacios nazaríes, por ejemplo, es imposible concentrarse porque la gente se para a mirar, los niños se asoman…, explica el artista, buen conocedor de lo que supone pintar en el monumento.
Tan conocido es por sus paisajes del monumento que el Patronato de la Alhambra cuenta con él siempre que puede para que haga de cicerone en las visitas guiadas que organiza para acercar el recinto nazarí a los granadinos.
En esta visitas, el artista explica no sólo sus experiencias personales, también toda la información que ha logrado reunir acerca de cómo se ha pintado la Alhambra a lo largo del tiempo. He visto muchas imágenes y tengo muchas ilustraciones. En muchos cuadros he estudiado hasta dónde ponía exactamente el caballete el pintor.
Rusiñol, López Mezquita o Fortuny son algunos de los artistas que ha trabajado, pero también ha profundizado en el análisis de los grabados románticos. Mezcla de la observación detenida de tantas imágenes, y del recuerdo de tantas instantáneas capturadas mentalmente por el pintor en su búsqueda de ángulos y en sus horas de pintura al natural, el artista ha podido profundizar en la evolución del monumento, en los cambios que ha experimentado según los diferentes responsables de su conservación. Antes los arquitectos restauradores seguían criterios menos rigurosos que los de ahora y, en ese sentido, el monumento ha experimentado cambios más o menos importantes, indica Gómez Rivero. El artista pone como ejemplo en algunas pinturas o grabados en los que el Patio de los Leones aparece dotado ciertas cúpulas que luego no se ven, además de apreciarse cambios en la taza de la fuente.
Pese a todo, el pintor dice que la Alhambra todavía sigue ofreciendo muchos secretos para él. Además, frente a los que rehúyen de ella por considerarla un tópico, no se cansa de subir a su colina y no se extraña de que sea musa de tantas obras: No es casualidad que atraiga tanto. Tiene mucho misterio.
Tanto misterio que, siendo algo tan presente en su vida, es incapaz de refrescar sus primitivos recuerdos de la Alhambra. Aunque he intentado acordarme, no sé cuándo fue mi primera visita, ni cuándo empecé a subir ya de adolescente, pero sí que mis primeras noticias de ella llegaron a través de un libro que regalaba una caja de ahorros, evoca el artista que, en vez de las letras, prefirió enmarcar sus recuerdos en pinturas. Tantas horas ha pasado allí que ha hecho amigos entre el personal de la Alhambra, ha conocido distintos patronatos y ha visto evolucionar el monumento: Tenía amistad con una campesino llamado Juan que, con su hermano, cultivaba las huertas del Generalife. También con una mujer llamada María que vivía en una casa en el Oratorio de El Partal.
Porque conocer la Alhambra también es profundizar en la vida de los que fueron sus moradores a lo largo de los distintas épocas, no sólo los reyes nazaríes, también las gentes que rodearon a los viajeros románticos que retratan los grabados, los empleados del XX o los empleados del Patronato. Por eso una forma de asomarse al monumento es observar la obra de Manuel Gómez Rivero, pero también escuchar sus explicaciones y recuerdos.
Descargar