sociedad
Una cruz sobre un fondo gris
Hace 17 días apareció en el dique norte el cadáver de un hombre que llevaba al menos una semana ahogado. La autopsia no reveló su identidad y para saberla sólo hay una forma: que sus muestras de ADN se cotejen con las de un familiar que le reclamen. Esto aún no ha sucedido
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E.S.
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Guillermo Ortega. Recomienda esta noticia
Una cruz marca el camino, decían en los libros de piratas y de tesoros escondidos. Pero en el cementerio de Botafuegos hay muchas cruces que no conducen a ninguna parte, al menos de momento.
Son las cruces de los muertos anónimos, los que nunca han sido reclamados por nadie. En el exterior de sus nichos no hay ninguna inscripción; sólo una equis sobre el fondo gris del cemento y las iniciales DP, correspondientes a las palabras Diligencias Previas, que no a Descanse en Paz. No hay lápida; no hay flores.
El 2 de mayo era domingo y había un temporal de lluvia y viento de esos tan habituales y tan molestos de por aquí. A eso de las nueve de la noche, la policía portuaria avisó a la Guardia Civil de que había un cuerpo flotando cerca del dique norte.
Estaba en avanzado estado de descomposición y no había forma de saber de quién se trataba. Era un hombre, eso sí se supo. Debía llevar una semana ahogado y había perdido la pigmentación, así que ni siquiera estaba claro si se trataba de un inmigrante que había perdido la vida en el Estrecho, opción bastante probable, o un indigente que hubiera caído al mar por negligencia o descuido.
La autopsia no pudo aportar datos concluyentes, así que la única forma de averiguar su identidad es hacerle una prueba de ADN, extrayendo partículas de saliva adheridas a la lengua, y cotejarlas con las de algún familiar que las reclame. Ha de demostrar previamente que es un familiar, por supuesto.
Si eso sucede, las muestras serían enviadas desde un laboratorio de Madrid a un centro coordinado por la Universidad de Granada. Pero, si no, nunca serán cotejadas y tampoco se sabrá a ciencia cierta quién fue ese tipo infortunado que apareció con el vientre hinchado, una noche de perros, en esa bahía que ya ha recibido a más muertos de la cuenta.
Pero el hombre que ahora yace tras una cruz sobre fondo gris, escondido tras las inadecuadas iniciales DP, tuvo que tener forzosamente una historia. Bien pudo ser un tipo de Senegal, o de Ghana, o de Togo, o de cualquier otro país de ésos que aquí nos suenan exóticos. Igual salió de allí varios meses antes y se recorrió medio continente hasta dar con unos sujetos malencarados que, con el dinero por adelantado, le embarcaron en una patera junto a otros 50 sujetos, tan esperanzados como él en llegar a esa Europa donde a los perros los atan con longanizas.
A lo mejor, a estas alturas, hay una madre, una esposa y un hijo preguntándose qué diablos sería de él, por qué nunca más tuvieron noticias suyas. Pensar que esos familiares puedan llegar así como así hasta Granada para cotejar las pruebas del ADN es casi entrar en el terreno de la ciencia ficción.
Pero ese hombre enterrado en Botafuegos, recuérdese, no tiene por ahora identidad, así que tanto podría ser un tipo de raza negra de Ghana como un blanco de, pongamos, Zaragoza. Una persona bohemia, puede que huraña o de mente enferma, desarraigada y/o cabreada con su familia, o desprovista de ella. Carne de aquel ¿Quién sabe dónde? que arrasó hace años en la tele. Alguien que una vez cogió la puerta y se fue sin que nadie quisiera o pudiera retenerle. Y un mal día andaría por ahí, rumiando su mala suerte o alegrándose de su destino, y cayó al agua. Punto final. Una cruz sobre un fondo gris.
Porque hay gente que vive sola y muere sola, a la que nadie llora cuando le llega el día, a la que nadie echa en falta hasta mucho después, si es que acaso eso sucede. Los periódicos, de vez en cuando, publicamos que los bomberos han abierto tal o cual casa y encontrado en su interior a un anciano que llevaba varios días muerto. Y esas noticias las metemos en la sección de sucesos sin dudarlo. Porque es un drama.