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En el reino del eufemismo

En el reino del eufemismo

Somos totalmente correctos

José Antonio Gurrea C.

Un fantasma recorre el lenguaje… y aunque en la palabra que da nombre a este espectro no aparezca el sufijo ismo, no hay duda de que se trata de un movimiento, y de amplios alcances.

Es la llamada corrección política (political correctness), un conjunto de usos lingüísticos destinados a eliminar las connotaciones discriminatorias, supuestas y reales, presentes en el lenguaje que usamos a diario y que, en teoría, puede afectar a personas o grupos definidos por características tales como la raza, el sexo, las preferencias sexuales o la edad. En apariencia, tal propósito parece plausible, sin embargo, en su cotidiana utilización se incurre, con frecuencia, en extremos que a veces rayan en el ridículo o en la intolerancia, como veremos más adelante.

En el principio…

Los orígenes del concepto corrección política no están suficientemente claros. Sin embargo, Juan Santana Lario, profesor de la Universidad de Granada, ubica los antecedentes en la China de Mao, pues señala que muy probablemente el término fue utilizado originalmente por los miembros del aparato maoísta para apreciar la estricta observancia de los principios marxistas-leninistas.

Sin embargo, de acuerdo con Santana, un uso más próximo al sentido que la expresión tiene actualmente es atribuido a la presidente de la organización estadounidense NOW (National Organization for Women), quien en 1975 señaló que la agrupación estaba por fin moviéndose en la dirección intelectual y políticamente correcta (politically correct).1 A partir de ahí el término fue ganando popularidad durante los años 80, sobre todo entre los sectores progresistas de las universidades y colegios estadounidenses, aludiendo, literal o irónicamente, a una postura ideológica y a sus correspondientes manifestaciones lingüísticas que abogaban por una actitud de tolerancia, sensibilidad y respeto hacia los miembros de las llamadas minorías.

Los medios de comunicación estadounidenses se hicieron eco del emergente fenómeno (…), por una parte discutiéndolo, analizándolo (…); por otra, incorporando en su propio lenguaje algunos de los usos y recomendaciones lingüísticas de la corrección política.2 Fue precisamente a través de aquellos que el gringo medio se enteró del movimiento, el cual rápidamente se extendió alrededor del mundo.

Explosión eufemística

Al considerar que numerosas palabras estaban supuestamente cargadas de connotaciones discriminatorias o despectivas, desde un principio los seguidores de la corrección política se dieron a la tarea de renombrar o rebautizar aquellas expresiones ­sustantivos y adjetivos, principalmente­ que desde su estrechez de miras consideraban segregadoras o peyorativas.

En esta pretensión de edulcorar el lenguaje, de pronto, los negros se convirtieron en gente de color; las prostitutas, en sexoservidoras; los homosexuales, en gays; los ancianos, en personas de la tercera edad; los cojos, en discapacitados… Se entró, pues, de lleno al mundo de los asépticos términos de la corrección política. A partir de ahí, la explosión eufemística ha sido imparable. En este proceso, los gordos se han convertido en personas estéticamente alternativas; los muertos en personas metabólicamente diferentes, y sordos, ciegos y mudos en personas con capacidades distintas.

Pero no sólo se ha caído en el absurdo. Al tratarse de un fenómeno donde confusión e intolerancia van de la mano, también los excesos han proliferado. Desde los años 80, la televisión estadounidense ha relatado casos de profesores expulsados de universidades de renombre por haber incurrido en algún desliz lingüístico; mientras, en Uruguay, cita Rosalba Oxandabarat en la revista Brecha,3 un verdadero aluvión de correos electrónicos y llamadas telefónicas de repudio cayó recientemente sobre el conductor de un programa radiofónico por haber llamado a un famoso politólogo el sordo González. Qué actitudes más fuera de lugar no sólo porque en el medio periodístico uruguayo todo mundo le dice así a ese personaje, sino también porque al individuo de marras le agrada que le llamen de ese modo. (Muy probablemente, estos intolerantes hubieran obligado al locutor mexicano Alonso Sordo Noriega a cambiar de apellido.)

Santana Lario no duda en señalar que de ser un movimiento que originalmente se presentaba como defensor de la tolerancia y la diversidad (…), la corrección política se ha convertido en los últimos años, por su propia radicalidad, en un movimiento intimidador en el que la tolerancia con los que no comulgan ciegamente con sus preceptos ideológicos y lingüísticos se ven sometidos a un ostracismo y a una persecución que es la perfecta imagen secular de la intolerancia hacia las minorías que originalmente se pretendía contrarrestar.4

Los jóvenes y las jóvenas

En su objetivo de terminar con lo que llaman un lenguaje sexista, los adeptos de la corrección política han pretendido sustituir al masculino genérico, empleado para englobar a hombres y mujeres. En estos afanes han incurrido frecuentemente en graves desatinos lingüísticos.

La doctora Soledad de Andrés Castellanos, profesora de la Universidad Complutense, cita el caso de la diputada española Carmen Romero, quien en un acto multitudinario se dirigió a los presentes con un jóvenes y jóvenas,5 mientras Álex Grijelmo recuerda que en un discurso electoral Julio Anguita, el político de Izquierda Unida, lanzó un: Compañeros y compañeras: el proyecto que defendemos nosotros y nosotras.6

Al respecto, el sociólogo Enrique Gil Calvo, también profesor de la Complutense, califica de vicio lingüístico a esa duplicidad: … vicio lingüístico, adoptado por ciertas feministas y difundido por la literatura progresista, de llamar por dos veces a las mismas personas: españolas y españoles, ciudadanos y ciudadanas, funcionarias y funcionarios.

Y en relación con el caso específico de utilizar ciudadanos y ciudadanas, Gil Calvo abunda: ¿Quiere esto decir que la ciudadanía masculina difiere en términos cívicos de la femenina? ¿Y cuál sería entonces la más cívica?; ¿habría una ciudadanía de primera y otra de segunda? ¿Deben los ciudadanos introducir sus votos en los urnos y las ciudadanas sus votas en las urnas? Se advertirá lo absurdo de esta duplicidad apelativa, sobre todo respecto al atributo de ciudadanía, que consiste precisamente en la estricta igualdad de todos ante la ley, sea cual fuere su cualificación singular (género, número, origen, raza, clase social, etcétera).6

Por su parte, el periodista Ricardo Senabre recuerda consternado un discurso escuchado a un ciudadano en pleno centro de Buenos Aires: Compañeros y compañeras: nuestros delegados y delegadas han hablado ya con los encargados y encargadas de todos los servicios para pedir que la media hora de pausa de los trabajadores y las trabajadoras coincida con la hora de ocio de nuestros hijos y nuestras hijas en el jardín de infancia de la empresa.7

Con su falta de sentido común, los fanáticos de la igualdad de la lengua han propuesto también utilizar el signo de arroba @ para el genérico. Así, en lugar de los alumnos para referirnos a la totalidad del colectivo formado por hombres y mujeres, proponen escribir l@s alumn@s. O bien, usar la letra e, de modo que quien comience a pronunciar una conferencia debe decir querides amigues, cuando entre el público hay integrantes de uno y otro sexo. (Así, como lo lee, igual al estilo del locutor conocido como el Perro Bermúdez.)

Chiquillos y chiquillas

De México y específicamente del gobierno foxista, el cual en cuestiones de corrección política, duplicidad apelativa y demás desatinos lingüísticos se lleva las palmas, hablaremos en nuestra próxima entrega.

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Para documentar el pesimismo

Eran casi las diez de la noche del 14 de febrero cuando Claudia Hinojosa, la sacerdota oficiante , declaró a las felices y níveas contrayentes, Jesusa (Rodríguez) y Liliana (Felipe), mujer y mujer.

Tomado de La Jornada, 16 de febrero, 2001.

Nuestras acciones (…) nos afectan a nosotros mismos, los agentes. A veces también afectan a otros humanes (…) a otros animales.

Jesús Mosterín, catedrático de la Universidad de Barcelona. Citado por Soledad de Andrés Castellanos, Sexismo y lenguaje.

Al pie de los cañones, como si de una improvisada Agustina de Aragón se tratara, la concejala leonesista Covadonga Soto asume durante esta quincena el bastón de mando del Ayuntamiento de León (…) Aunque hacer noticia sobre el género de la máxima responsable municipal encubre el lamento de una igualdad no alcanzada, lo cierto es que la fuera alcalda de Vega de Infanzones y en la actualidad tercera tenienta de alcalda y titular de Bienestar Social es la primera mujer, en los 25 años de democracia, que recoge el relevo consistorial en la capital.

Tomado de La Crónica de León, 5 de agosto, 2003.

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