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Entrevista con Mario López Martínez, experto en comisiones de la verdad y reconciliación

Entrevista con Mario López Martínez, experto en comisiones de la verdad y reconciliación

El investigador español habló con EL TIEMPO sobre el trabajo que le espera a la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación.

¿Cómo ve usted la coyuntura que vive Colombia con la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación?

El de Colombia va a ser uno de los procesos más singulares que hay en el mundo. Porque todos los procesos en donde han intervenido como instrumento las comisiones de verdad, de reparación, de reconstrucción de la memoria histórica, y lo que podríamos denominar como inicio de los procesos de reconciliación, se han hecho siempre posconflicto armado. Es decir, por primera vez en un país se va a abordar este proceso en mitad o en medio de un conflicto armado.

Eso ha creado mucha expectativa intelectual y académica en todo el mundo, en las universidades que se dedican fundamentalmente a la investigación para la paz. Pero por otra parte, queda mucha incertidumbre y muchos problemas sobre qué es lo que puede pasar.

¿Desde la evaluación de otros procesos, cuáles son las condiciones que se requieren para que opere una comisión de reparación y reconciliación?

Hay tres cuestiones a valorar en todos estos procesos: una, que se ha llegado a un punto máximo de saturación de la violencia; dos, que ha habido una degradación en la relación entre medios y fines, y tres, que se han producido procesos no queridos cuando se inició la violencia, como por ejemplo una mayor jerarquización o una mayor militarización de la sociedad, y por tanto, un mayor protagonismo de los actores armados.

Colombia no ha llegado a su punto de saturación de la violencia, y voy a explicarme: creo que una parte de la sociedad civil ha llegado a su punto de saturación, pero no los actores armados, incluido el propio Estado y las propias élites en Colombia, que tienen todavía capacidad para aguantar la violencia. Y en gran medida porque no les afecta directamente el conflicto armado a ellos, sino porque la sociedad civil es como el agua para el pez, es como el elemento que unos y otros utilizan en su beneficio.

En segundo lugar, creo que no ha habido una reflexión moral e intelectual suficientemente profunda en el sentido de que ha habido una degradación de los medios con respecto a los fines. Sería importante que incluso la violentología y los académicos en el tema -que tanta luz nos han dado sobre la complejidad del proceso colombiano- empiecen a orientar buena parte de sus investigaciones a hacer más énfasis en la capacidad de construir la paz que tiene una parte de la sociedad colombiana, y en buscar terapias y alternativas, salida al conflicto armado.

Un ejemplo muy concreto: ojalá Colombia tuviera un gran centro de investigación en temas de alternativas pacíficas y no violentas y democráticas al conflicto armado. No lo tiene. Por tanto, no hay un gran centro que permita generar un debate permanente en el seno de la sociedad.

Y en tercer lugar, desgraciadamente yo creo que Colombia se está inclinando hacia una mayor militarización y la utilización de elementos de fuerza en la solución del conflicto armado. Y esa es una vía en donde, se echa más fuego al fuego y se pretende que exista una hipótesis o una teoría en la que hay una violencia que es capaz de acabar con otras formas de violencia. Se ha demostrado en el resto del mundo que eso no es así.

¿Qué futuro tiene la comisión de reconciliación cuando inicia su trabajo en esas condiciones?

Creo que hay que ser pacientes. No podemos abortar el proceso antes de que se haya iniciado o en los primeros meses de su iniciación. Va a ser una caja de resonancia, va a ser un lugar donde se va a discutir profundamente. Yo creo que la comisión nace con un cierto equilibrio. No creo que nazca muy descompensada como he escuchado que se dice en Colombia. Si se compara con otras comisiones que ha habido en otros lugares del mundo, nace bastante compensada.

Hay elementos para pensar que puede iniciarse un proceso positivo. Y sobre todo, porque acaba vinculando al propio Gobierno y al propio Estado. Es decir, las decisiones que tome la comisión van a ser bastante vinculantes porque incluso el propio Gobierno y el Estado están incorporados en la comisión.

Hay que dar tiempo. Por delante tiene dos años de trabajo. Van a ser dos años muy difíciles, va a necesitar apoyo moral, social y político del conjunto de la sociedad civil. Si la sociedad civil es capaz de insertarse en ese proceso y tomar mayor protagonismo, evidentemente los trabajos de la comisión van a ir por apostar más por resarcir a las víctimas y porque el proceso se convierta en dinamizador de la construcción de paz en Colombia.

Usted señalaba que existe el peligro de que paramilitares desmovilizados se conviertan en otro tipo de violencia. ¿Qué futuro tiene la comisión en esas circunstancias?

En cualquier proceso en otro lugar del mundo ha habido un seguimiento de los victimarios, ha habido un proceso de evaluación permanente. Porque tenemos otras experiencias bastante negativas: El Salvador y Guatemala, donde ha bajado la violencia política, pero ha aumentado la violencia de carácter social. Y eso es lo que debemos evitar en Colombia. Porque, además, en Colombia la proporción entre violencia política y violencia social es desproporcionada. Y no podemos incorporar al sistema económico y social más violencia social.

¿Cómo podemos evitar eso? Reorientando, a mi juicio, lo que se ha hecho hasta ahora. Yo creo que se han cometido algunos errores, pero estamos a tiempo todavía para corregirlos. La vía de la corrección sería aumentar el grado de transición desde el proceso de dejar las armas, a la reinserción social. Creo que habría que alargar ese proceso mucho más, y hacerle un seguimiento mucho más profundo de carácter psicosocial.

En segundo lugar, no se trata de darle un sueldo para mantenerse económicamente a un reinsertado, sino de planes integrales de inserción en la comunidad, y la comunidad debe ser la beneficiaria última de ese proceso de reinserción. Hay que apoyar económicamente a los empresarios, a los ayuntamientos (municipios), a los departamentos que estén dispuestos a colaborar en ese proceso. Y evaluar permanentemente ese proceso.

Y en tercer lugar, no nos podemos olvidar de las víctimas. No podemos, de alguna manera, compensar mejor a los victimarios que a las víctimas. Creo que ambos elementos tienen que estar presentes para cualquier gobierno, para cualquier estado o sociedad. Pero no podemos desequilibrar ese proceso.

El Gobierno dijo que ya terminó la desmovilización. Entonces, ¿cómo arreglar eso?

El problema es que no están reinsertados. ¿De qué nos sirve la historia comparada y modelos comparativos? Nos sirven precisamente para saber que ese no puede ser un acto únicamente de dejación de las armas, sino que tenemos que continuar acompañando ese proceso. Las organizaciones no gubernamentales, las iglesias, los intelectuales, las universidades, los medios de comunicación tienen que hacer una labor pedagógica fundamental, tienen que seguir con un periodismo de investigación para ver qué es lo que está sucediendo. Creo que los actos políticos no son actos necesariamente irreversibles.

Hay unas elecciones también, y de alguna manera en las elecciones se puede marcar una futura hoja de ruta al nuevo gobierno y al nuevo presidente -quien quiera que sea- para que pueda hacer rectificaciones sobre la marcha de las cosas que no se han hecho bien.

¿Cómo analiza usted que se inicie un proceso con una comisión de la reparación para el tema paramilitar, mientras la guerrilla se mantiene firme en no deponer las armas y no negociar con este gobierno?

Yo tomo a la Comisión como una oportunidad, no como un problema. Yo lo tomo como el momento en que nos puede permitir hacer una primera evaluación en Colombia de cómo utilizar adecuadamente un instrumento nuevo en las ciencias sociales y en los procesos de construcción de paz. Es un instrumento totalmente nuevo. Cincuenta años atrás no había comisiones de la verdad o de la reparación.

Se está haciendo sobre aquellos que han dejado las armas, los paramilitares. Pero creo que es un escenario abierto para que en unas condiciones políticas distintas sea también una oportunidad para otros sectores armados.

La puerta nunca puede estar cerrada. Sí que es verdad que las condiciones serían entonces en un nivel de negociación diferente, pero la puerta nunca puede estar cerrada, porque el fin último de la política es dejar en un segundo lugar a la violencia. Porque un exceso de violencia mata a la propia política. La política tiene un deber con toda la sociedad, que es cuidar a la sociedad.

Y parte del cuidado es hacer que los que tienen las armas las dejen y se reinserten socialmente. Y aporten, porque hay que pensarlo así, de manera positiva, todos los sectores sociales, incluido el armado, tienen un diseño de país. Y en ese diseño de país cabe cualquier buena idea, siempre y cuando se tenga en cuenta que los únicos medios deben ser los medios políticos, los medios democráticos, no los armados. Podemos discutir mucho sobre el fin, pero tenemos que adecuar los medios.

¿Usted hace énfasis en el tema de las víctimas? ¿A quienes debemos considerar las víctimas?

Ese va a ser uno de los trabajos más importantes que va a determinar la Comisión Nacional de Reparación y de Reconciliación en Colombia. Justamente determinar quiénes son las víctimas, cómo se puede resarcir a esas víctimas, cómo se les puede recuperar para integrarlas totalmente en la sociedad civil.

Hay una parte fundamental de las víctimas: deben ser escuchadas. Ellas tienen que decir en qué medida se sienten víctimas. No se trata tanto de que un evaluador o alguien determine quiénes deben ser víctimas y quienes no deben ser, sino que deben ser ellas mismas las que hagan su aporte. Y luego, la víctima es una categoría para empezar a trabajar, no debe ser una estigmatización social, no debe ser un estigma político. Hay que hacer que en ese proceso las víctimas dejen de serlo, desvictimizarlas y convertirlas en ciudadanos de pleno derecho. Y por tanto en ciudadanos políticos, en ciudadanos activos, que sean capaces de intervenir en la agenda pública, en la agenda política.

Cuando la comisión determine quienes son las víctimas, también es importante la reparación económica. No es lo mismo una familia que fue toda desplazada, pero que están todos los miembros intactos y no han perdido ninguna vida, ningún ser querido, y por tanto su reinserción sea mucho más fácil, que un huérfano que ha perdido a sus padres y a sus abuelos por el conflicto armado, y que necesita una ayuda inmediata, y no podemos dejar que pase más tiempo.

Otra cuestión es lo que se puede entender como víctimas políticas. Obviamente muchos actores armados consideran que además de victimarios han sido previamente víctimas del conflicto. Hay que jugar en varios escenarios. Ahora, la Comisión fundamentalmente lo que está determinando son las víctimas físicas, aquellas que requieren una intervención inmediata, y una adecuación con los diferentes procesos de reinserción de desplazados.

Otra cuestión es el debate político, que debe ser por tanto político, y no debe ser materia de la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación. El debate político debe ser en el parlamento, debe ser en los medios de comunicación y debe ser en la sociedad civil. Y el debate político puede determinar quiénes son víctimas políticas, y otra cosa distinta, quiénes han sido víctimas físicas.

¿Qué tanto es posible esperar de esa comisión en materia de resultados?

La espera significa un tiempo activo. Esperar y confiar es fundamental para que los que trabajan en la comisión refuercen su grado de legitimidad. Una comisión que pueda nacer deslegitimada es el comienzo del fracaso. En cambio, una comisión que nazca con una visión crítica de la sociedad, pero también de apoyo de la sociedad, es una apertura a darle una oportunidad a la comisión para que haga satisfactoriamente su trabajo.

Hay que tener una esperanza moderada. Hay que ser optimistas moderados, no pesimistas desde la partida. La comisión puede convertirse en un instrumento para evaluar de una manera diferente el conflicto armado colombiano, y para darle un mayor protagonismo a las víctimas y a los derechos humanos.

¿En qué consiste su concepto de telaraña de la reconciliación que usted expone y cómo se aplica a Colombia?

Utilizo la metáfora telaraña porque para la lengua española telaraña significa la confusión que se puede producir en alguien en donde las emociones, la racionalidad quedan completamente alteradas, desequilibradas. Eso es en parte, siguiendo la metáfora, lo que se puede ver ahora mismo en Colombia.

Colombia inició un proceso en donde no ha habido previamente una labor pedagógica adecuada, en donde no ha habido una clarificación sobre los valores más importantes que están en la sociedad colombiana, por los que la sociedad en su conjunto está dispuesta a construir el futuro modelo de paz.

En esa confusión, en esa telaraña, en ese punto crítico en donde está la sociedad, es muy importante, insisto en ello, que medios de comunicación, las universidades y otros elementos de la sociedad clarifiquen y haya un debate muy serio y muy profundo sobre cuál es el valor que se le da a cada una de las partes de esa telaraña, de esos conceptos: si es la verdad, si es la justicia, si es la reparación, si es definir con claridad quiénes son víctimas y quiénes son victimarios.

La propia sociedad colombiana -con ayuda también, si lo quiere, de otro elemento ajeno a la sociedad internacional, de aquellos que estamos dispuestos a colaborar y ayudar a salir del conflicto armado- tiene que determinar cómo salir de esa telaraña, y pasar a una segunda fase que es crear una hoja de ruta creíble. Es decir, una gramática de la reconciliación en donde puedan establecerse las fases, en donde podamos avanzar en ese proceso, y donde se puedan unir en ese proceso otros elementos que ahora mismo no creen en el proceso de construcción de paz.

Usted plantea una gramática de seis puntos. ¿Es aplicable a Colombia?

Cuando yo he construido esa gramática de la reconciliación en seis fases, en seis elementos importantes que tienen que estar muy interrelacionados, que son de carácter integral, lo he hecho, primero de una manera descriptiva, es decir, estoy describiendo lo que ya ha sucedido en otros lugares del mundo, y ordenandolo para que pudiera aplicarse a la sociedad colombiana. Lo he hecho de manera normativa, es decir, mi propuesta está cargada de valores, de una apuesta firme y decidida por la paz, sin que ninguno quede excluido del proceso.

Es una propuesta fundamentalmente pedagógica, es decir, da un protagonismo importante a las mujeres, a los medios de comunicación, a las universidades y a las iglesias. Y es un modelo pedagógico en el sentido de que puede ser comprendido por cualquier persona, y en donde la sociedad civil tiene un protagonismo muy específico, muy importante.

¿Cómo es ese modelo?

Tiene unos ejes y de hecho estamos intentando aplicar el modelo con semilleros de investigadores, por lo menos en la primera fase, la de reparación sicosocial de las víctimas, y también con el catálogo de los errores y de los horrores. Estamos intentando ver en qué medida Colombia en sus propias dinámicas se adapta a ese tipo de modelos.

Creo que los modelos están también para ser corregidos y adaptados a la sociedad. Si nos sirven como un instrumento que nos permite caminar, que nos permite establecer un horizonte, hay que utilizarlo. En la medida en que no sirvan, obviamente hay que buscar nuevos modelos.

¿Es un proceso a largo plazo?

Trasciende los gobiernos. Y en esa medida, quien sea el futuro presidente debería contar con un gran pacto social que no debe significar un reparto de la administración ni de los puestos del Estado, sino un gran pacto social en el que quienes quiera que sean los presidentes de los futuros gobiernos dentro de 15 y 20 años puedan seguir trabajando por esa ruta preestablecida y consensuada. Cuando hablamos de proceso de reconciliación estamos hablando de 20 y de 30 años. Estamos hablando de toda una generación.

En Europa -que sabemos mucho desgraciadamente de guerra y que hemos sufrido mucho daño por la primera y la segunda guerra mundial, y por el holocausto- hemos conseguido establecer una ruta que ha sido en una gran medida la Unión Europea, la integración política europea, que nos permite hablar un mismo lenguaje con diferentes lenguas, con la complicación que tiene eso, para elaborar una reconciliación entre los dos grandes actores que se enfrentaron en Europa, que fueron Alemania y Francia. Hemos hecho un proceso de más de 30 años. Y hoy por hoy podemos decir que el proceso está felizmente terminado.

Usted señalaba que el proceso es difícil en un país que incrementa sus gastos militares…

Eso va a ser un inconveniente. Y va a ser un inconveniente notable a sobresaliente. Pero no hay que dejar el proceso únicamente en un elemento, en un factor que sea el que predetermine y que vincule todo el proceso. Se ha optado por la mayoría parlamentaria y política por aumentar los gastos de defensa, pero pudiera ser que una presión de la sociedad civil le obligue a reconsiderar la fórmula para el año que viene, y la tendencia sea diferente.

Es un proceso político y está abierto. Creo que no determina necesariamente, pero es un elemento que va a dificultar como tal el proceso de construcción de paz y reconciliación.

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