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La cripta del príncipe de Viana contiene un puzle de 3 momias

• Los análisis de ADN descartan que alguna parte fuera del hijo de Blanca I de Navarra
• La sepultura fue saqueada en el siglo XIX y mal reparada por el cura local

La desdicha sigue siendo el estigma del príncipe Carlos de Viana, titular del reino de Navarra de mediados del siglo XV. El análisis genético de su momia, conservada en el Real Monasterio de Poblet (Conca de Barberà), ha dado negativo. El estudio que dirige la historiadora Mariona Ibars y en el que han participado investigadores de la Universitat Autònoma de Barcelona y la Universidad de Granada era la última baza que le quedaba al equipo para resolver el auténtico galimatías de su identificación. Los resultados afirman además que los huesos de dicha momia pertenecen a tres personas distintas. Y esto no es todo. Los restos de su madre, la reina Blanca I de Navarra, que yacían desde 1994 en la iglesia de Santa María de Nieva (Segovia), tampoco son tales, sino los de otro individuo.

CAOS DE MUESTRAS
Tras su muerte, los despojos del príncipe se conservaron en la catedral de Barcelona, previa amputación de uno de sus brazos destinado a completar el relicario de Santa Maria de Valldonzella, monasterio ubicado al sur de la sierra de Collserola (Baix Llobregat). El brazo de Carlos se perdió en 1909 cuando el monasterio fue incendiado durante la semana trágica.
En 1472, los restos de la catedral se trasladaron a Poblet, donde yacieron cerca de los de otros difuntos, muchos de ellos pertenecientes a familiares de la Corona de Aragón. Siglos más tarde, una revuelta popular desatada tras la desamortización de Mendizábal, durante el siglo XIX, arrasó el monasterio y los insurgentes abrieron todas las tumbas y sacaron los huesos a la intemperie. Allí permanecieron durante años hasta que el cura de L\’Espluga de Francolí –localidad al lado de Poblet– los recuperó y los mandó a Tarragona.
«No se podía saber quién era quién», declaró ayer Miguel Cecilio Botella, director del Laboratorio de Antropología de la Universidad de Granada, en referencia a la persona que seleccionó los despojos. «Como se sabía que Carlos era un príncipe grande –explicó–, el que cedió los huesos a Tarragona seleccionó los de mayor tamaño y el resto se guardó en cajas». Botella aclaró luego que el conjunto de las cajas pertenecía a más de un centenar de personas, poniendo en evidencia la arbitrariedad con la que se adjudicaron unos restos a la identidad del príncipe.

¿IDENTIFICACIÓN?
En 1937, la momia regresó a Poblet y allí permaneció hasta mediados de los 90, momento en que un equipo de científicos granadino al mando de José Antonio Lorente inició los trabajos de identificación. Entonces ya observaron que los restos constaban de tres fragmentos de distinta procedencia: un trozo de columna vertebral y dos segmentos corporales. Según Miguel Cecilio Botella, la columna de ambos segmentos sumaba «un total de ocho vértebras lumbares los humanos tenemos solo cinco y estos mostraban evidencias de haber sido serrados». «Quien cogió los restos de Tarragona –siguió– parece que los recompuso y creó la momia».
Solo quedaba el análisis genético para averiguar si al menos una de las partes de ese Frankenstein pertenecía al príncipe. Los autores compararon el ADN mitocondrial con el de Blanca I y con descendientes maternos como la zarina Alejandra de Rusia, el duque de Edimburgo y Johanna de Habsburgo. Los resultados mostraron la divergencia genética del príncipe con su madre –conclusión a la que ya había llegado el equipo de Lorente–, y las diferencias de ambos con sus tres descendientes, cuyo ADN era idéntico. Para identificar a Carlos de Viana, habrá que hurgar entre los restos de las otras 100 personas que moran en Poblet. Y quién sabe si estará allí.
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