«Cuando cayó Bilbao, mi batallón se entregó entero, formado. Pero yo soy muy cobarde y no me entregué como capitán, sino como gudari solitario, es decir, me arranqué las estrellas y me presenté como soldado raso. Aun así estuve a punto de palmar. A los otros capitanes compañeros los fusilaron al día siguiente delante de mí. Yo me libré por influencias. Ni siquiera me juzgaron».
Así se confesaba Gabriel Celaya, uno de los máximos representantes de la poesía social de postguerra, al escritor Manuel Vicent. El párrafo es bien conocido y lo citan biógrafos de todo signo y procedencia. Ingeniero de profesión y miembro de una familia vasca acomodada, es bien sabido que, al estallar la Guerra Civil, Celaya combatió en el Ejército republicano como capitán en un batallón de ametralladoras en Bilbao.
Y que fue hecho prisionero después de que esta capital cayese en manos del ejército sublevado. Lo que hasta ahora no se sabía con exactitud era su destino inmediato como preso republicano; ciertamente, tampoco él ayudó a aclararlo: «Pasé una temporadita en un campo de concentración y salí ingeniero civil». Es a lo más que llegó su confesión.
¿Burgos o Palencia?
De manera que, si siempre se ha especulado con su estancia en un campo de concentración en tierras de Castilla y León, es porque a partir de junio de 1937, el Nuevo Estado franquista intensificó aquí la construcción de este tipo de recintos para confinar a prisioneros republicanos procedentes del Frente Norte. Las provincias de Palencia y Burgos eran, hasta ahora, las principales candidatas, según los especialistas, para albergar al preso Celaya. Con ello se especulaba.
Pero ya no hay dudas: un documento existente en el Archivo General Militar de Ávila demuestra su estancia, en el mes de julio de 1937, en el campo de concentración de Palencia. Documento que figura en el libro ‘Cárceles y Campos de Concentración en Castilla y León’, recientemente publicado por la Fundación 27 de Marzo.
En dicho documento aparece su verdadero nombre –Rafael Múgica Celaya- dentro de una escueta lista de 25 prisioneros que, «procedentes del frente de Vizcaya», fueron «clasificados» en el campo palentino el 2 de julio de 1937. Dicha clasificación, establecida por Orden de 11 de marzo de 1937, establecía cuatro posibilidades: ‘afecto’ a la sublevación (A), ‘desafecto’ (B), ‘enemigo de la patria y del Movimiento’ (C) y ‘responsable probado de delitos comunes o contra el derecho de gentes’ (D).
En virtud de ello, se resolvía: libertad si el prisionero era considerado ‘afecto’, continuidad en calidad de prisioneros en un campo de concentración sin fecha de liberación para los considerados ‘desafectos’ o ‘afectos dudosos’, y, finalmente, los prisioneros de las categorías C o D, que pasarían a ser juzgados por tribunales militares, aunque se elaboraría una causa previa que éste consideraría. En el caso del poeta vasco, determinadas influencias familiares hicieron que Celaya fuera clasificado como ‘afecto al Movimiento’.
Italianos
El campo de concentración de Palencia se creó a partir del ‘depósito de transeúntes’ levantado por los legionarios italianos del Corpo di Truppe Volontarie (CTV) en las afueras de la ciudad; contaba con una capacidad para 1.000 presos y servía a las necesidades militares de dichos combatientes.
En agosto de 1937, la caída de Santander en manos sublevadas y el apresamiento de más de 50.000 hombres motivaron que la Inspección de Campos de Concentración franquista, dirigida por Luis Martín Pinillos, decidiera incorporarlo definitivamente a su organigrama restando influencia a los mandos italianos, lo que conseguiría poco después.
Ya entonces se había producido la toma de Bilbao por parte del Ejército franquista, lo que motivó que Celaya fuera hecho prisionero y conducido en tren desde Vitoria junto a más de noventa presos. Ingresó enseguida en el campo palentino, donde lo clasificaron el 2 de julio de 1937 con otros 24 compañeros. Dicho confinamiento se produjo en medio de una curiosa peripecia vital, política y sentimental, según confesión del poeta al citado Vicent:
«Resulta que desde 1935 tenía yo una novia, cuyo padre, cuando las tropas de Franco ocuparon Bilbao, fue nombrado gobernador militar de Guipúzcoa. Este hombre destruyó mi expediente, y eso fue un chantaje porque me obligó a casarme con su hija. El miedo es ciego. Viví con aquella mujer siete años en vida reglamentada, pero te puedes figurar de qué manera: matando el tiempo sin tomar la decisión de separarme. Mientras no encuentras otra mujer no te atreves a dar el paso. Mis planes de ser escritor en Madrid no se habían arreglado, y después de la guerra me quedé de ingeniero en nuestra fábrica de San Sebastián, porque mis amigos estaban en el exilio, en la cárcel o muertos. Hasta que en 1946 conocí a Amparo y decidí cambiar de vida».
Es muy probable, en efecto, que la influencia de su suegro, alto mando militar en el bando sublevado, hubiera logrado hacer desaparecer el expediente que lo incriminaba, incluso que hubiera facilitado, como prueba la documentación abulense, la clasificación del poeta dentro del grupo ‘A’, esto es, como ‘afecto al Movimiento’: un dato determinante para su futuro inmediato, ya que hacía referencia a aquellos miembros del Ejército Popular que habían desertado para presentarse voluntariamente ante las fuerzas nacionales o que, aun siendo prisioneros, habían ingresado de modo forzoso en el ejército republicano y justificaban, una vez en manos sublevadas, su «afección a la causa franquista o no fuesen hostiles al Movimiento Nacional».
Rápida libertad
Esta circunstancia explicaría, de hecho, la brevedad de su estancia en el campo de Palencia, pues su nombre ya no vuelve a aparecer en los siguientes extractos de revista.
Con todo, se confunde Celaya al atribuir a su suegro-protector el rango de gobernador militar de Guipúzcoa: aquella novia con la que contrajo matrimonio en la basílica guipuzcoana del Santo Cristo de Lezo, en diciembre de 1937, se llamaba Julia Cañedo Argüelles y era hija de César Cañedo, teniente coronel de Ingenieros, y no del entonces gobernador militar, Alfonso Velarde Arrieta. A Cañedo debió, por tanto, la protección señalada.
Otra cuestión: ¿Qué fue de Gabriel Celaya tras su pronta liberación del campo de prisioneros de Palencia? La cuestión ha dado mucho que hablar y escribir, ha levantado ampollas y suscitado silencios forzados. «¿No te enrolaron en el Ejército de Franco?», le pregunta Ángel Vivas en en el libro ‘Lo que faltaba de Gabriel Celaya’ (1984), a lo que el poeta respondía: «No tengo el honor. Fui como ingeniero civil a los talleres, porque no era digno. Felizmente».
Pero el catedrático de Literatura de la Universidad de Granada, Antonio Chicharro, uno de los máximos especialistas en la vida y obra del poeta (es autor entre otros, del libro ‘Estudios sobre Gabriel Celaya y su obra literaria’, de 2007), señala que el ejército Nacional, necesitado de personal técnico –el poeta era ingeniero de profesión–, lo «recuperó» enseguida para sus filas, en las que llegó a ser teniente provisional. Un episodio del todo lógico por más que el poeta tratara de ocultarlo, puesto que había sido clasificado como ‘afecto al Movimiento’ en el campo de Palencia.
Para Chicharro, «el hallazgo de la estancia de Gabriel Celaya en el campo de concentración de Palencia es un dato importantísimo, pues completa su biografía al demostrar documentalmente el lugar exacto donde fue confinado por el ejército franquista tras la caída de Bilbao, algo que hasta ahora se intuía pero que no se conocía con tanta certeza».
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