Inicio / Historico

Naufragios románticos y sublimes

POR QUÉ FASCINABA EL NAUFRAGIO AL SIGLO XIX
Naufragios románticos y sublimes

ELMUNDOLIBRO

La balsa de la medusa, de Théodore Géricault.

NOTICIAS RELACIONADAS

MADRID.- Los pintores del romanticismo encontraron en los naufragios un motivo artístico que excitaba especialmente su tórrida imaginación. Esperanza Guillén, profesora de Historia del Arte en la Universidad de Granada, explica por qué en Naufragios, el último libro publicado por Siruela en la Serie Mínima de su Biblioteca Azul. A su juicio, los románticos adoraban los mares embravecidos y los hundimientos no porque suscitaran el morbo popular, sino por razones ideológicas.

En apenas 100 páginas, editadas en un formato singular, Guillén utiliza textos filosóficos y literarios para explicar con tres hipótesis tal fascinación romántica. La primera, el sublime kantiano. Según la autora, los naufragios ponían al hombre al borde de su capacidad de resistencia, eso sí, gozados desde la distancia. Eso es lo que les permitía la ficción literaria y pictórica. Permanecer lejos de la tragedia real pero cerca de lo sublime: una categoría estética nacida en el mundo clásico, ligada a la retórica y que se relaciona con situaciones que parecen sobrepasar al hombre, situarlo ante el infinito y el dolor, define Esperanza Guillén.

En ese momento, y en la distancia, el artista puede plantearse el porqué de la insuficiencia humana y cuestionarse sus valores. Pero no todos los naufragios románticos son recreaciones de tragedias reales o imaginarias. Joseph Claude Vernet, el más célebre pintor de marinas de la Francia del siglo XVIII, se hizo atar a uno de los palos de una nave para tomar conciencia de la violencia del mar y de los efectos de un temporal. Lo mismo hizo años después el británico William Turner.

También los artistas románticos veían en las tragedias navales ocasión para resaltar las afinidades entre el mar y el mal. Guillén lo explica a partir de textos bíblicos y pone como ejemplo del fondo maléfico presente en el ser humano el hecho real que sirvió a Théodore Géricault para pintar uno de los mejores cuadros de naufragios de la historia, La balsa de la medusa.

La fragata francesa Meduse se hundió en su ruta a Senegal. Tras ser ocupados los botes de salvamento por los oficiales del barco, un grupo de 150 supervivientes se aferró a una balsa, que quedó a la deriva durante dos semanas. Sólo fueron rescatados 50. Uno de ellos, el cirujano del barco, relató después cómo tuvieron que comerse a los muertos y asesinar a los más débiles.

Un cuadro de Goya

El tercer motivo de la pasión romántica por los naufragios la halla Esperanza Guillén en la relación metafórica entre la vida y el viaje marítimo. En ese capítulo cita la autora el único cuadro español sobre el tema que aparece en el libro, El naufragio, que Francisco de Goya pintó en 1794 y representa a un grupo de supervivientes exhaustos en la orilla. Lo escogí por su singularidad, tiene un formato muy diferente al habitual en las marinas, y porque es excepcional en la producción de Goya, razona.

Lo cierto es que, pese a ser España un país de larga tradición marítima, el naufragio no es un tema habitual entre los artistas nacionales. Si pintan un hundimiento, está situado en el contexto de una batalla naval. Que se encuentra muy lejos, por tanto, de la intención de las mejores obras del subgénero, que para Guillén son la ya citada de Géricault -por su presencia humana- y el Mar glaciar, del alemán Caspar David Friedrich -por la ausencia absoluta del hombre-.

Ni aventura ni peligro

La autora sitúa en Barco en una tempestad, pintado por Henri Rousseau en 1896, el fin de la era de los naufragios románticos. No se trata ya de un buque de vela, sino de un transatlántico, asegura de la nave retratada, de aspecto recio y seguro, con tres chimeneas que despiden humo y un cierto aire festivo. Es el triunfo del hombre sobre el mar, ya no hay aventura ni peligro, no se siente desamparo frente al mar, se acabó lo sublime. Ahora, señala Esperanza Guillén con un punto de melancolía, sólo un hipotético naufragio interestelar sería capaz de despertar de nuevo la sensación de sublimidad.

Los naufragios de pesqueros en la Costa da Morte o de las pateras con imigrantes en las costas andaluzas se explican en la actualidad en clave de denuncia -nos sentimos culpables- y tienen poco que ver con la soledad absoluta de la nave en el siglo XIX, sin medios técnicos ni de comunicación, sin satélites ni medios de rescate, destaca Guillén.

Un libro sobre arte, pues, pero escrito para todo tipo de lectores. Experta en la historia de la arquitectura del siglo XVIII, Esperanza Guillén prepara otra obra sobre el culto a la personalidad artística en el romanticismo, después de haberse estrenado en una editorial de amplio espectro como Siruela.

Naufragios es el cuarto título de la Serie Mínima, tras El fenómeno del éxtasis. Dalí ca. 1933, de Juan José Lahuerta; Edificios-cuerpo. Cuerpo humano y arquitectura: analogías, metáforas, derivaciones, de Juan Antonio Ramírez, y Diccionario abreviado del surrealismo, de André Breton y Paul Eluard.

Descargar