Ciudadano Erasmus
En regiones como Castilla-La Mancha, el número de alumnos extranjeros ha crecido un 560% en los últimos 10 años. Las cifras se repiten por toda la geografía española. El programa Erasmus recibe el viernes el premio Príncipe de Asturias de Cooperación
ISABEL GARCÍA
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Hace 10 años, no llegaban a 40 los estudiantes erasmus que paseaban palmito por las principales calles manchegas. El curso pasado lo hicieron 300, al igual que en otros muchos lugares del país. En Valencia no sumaban más de 800 en 1994. Un total de 2.441 extranjeros se matriculan ahora en sus centros. Otro ejemplo: Aragón. De 433 han pasado a 802.
Los números evidencian el éxito del programa, que dio sus primeros pasos en 1987 y que han experimentado ya más de dos millones de estudiantes de 2.000 universidades europeas. Es una de las razones por las que el proyecto Erasmus recibirá el viernes el Premio Príncipe de Asturias de Cooperación. Otra: su contribución a la creación de la ciudadanía europea.
La presencia cada vez mayor de erasmus afecta a la fisionomía no sólo de las universidades, sino de las propias ciudades. El impacto es mayor cuanto más pequeñas son éstas. Es el caso de Ciudad Real. Ana González Calle, miembro de la Oficina de Relaciones Internacionales de la Universidad de Castilla-La Mancha, lo corrobora: «La ciudad ha cambiado mucho. Hace años, chocaba ver a tantos extranjeros, pero ahora la gente está acostumbrada porque alquilan más pisos, salen de marcha, trabajan… Incluso muchos se casan con manchegos y se quedan a vivir aquí».
La Escuela de Idiomas de Ciudad Real es uno de los paisajes donde es habitual ver a estos alumnos, que pasan entre un cuatrimestre y un año en el país de acogida. «Para sacarse un dinero extra, suelen ejercer de lectores, aunque también dan clases particulares o trabajan en academias», continúa González Calle. Camareros, dependientes, traductores… Son otras opciones.
En Ciudad Real incluso han llegado a ejercer de niñeros de los retoños de los integrantes del equipo de balonmano, donde se cuentan hasta ocho nacionalidades diferentes. «Es que es muy internacional; varios chicos han cuidado de los niños de un jugador francés y otro islandés», recuerda la manchega.
Es otra forma de ganarse la vida, ya que la dotación de la beca sólo cubre entre el 8 y el 12% de los gastos, lo que traducido a euros equivaldría a unos 150 mensuales. Es la aportación de la Unión Europea.
Como complemento, el Ministerio de Educación, las comunidades y las universidades conceden ayudas a los estudiantes que emigran. De esta forma, pueden contar con un total de 892 euros por semestre. Ésa fue la cantidad media que recibieron el año pasado.
«En nuestro caso, la Junta de Castilla-La Mancha les paga el billete de avión, de forma que se abaratan costes», explica María Gómez Ortueta, responsable de Relaciones Internacionales de la universidad manchega. «Es un impulso importante y necesario, y la experiencia les sirve además para aprender idiomas, conocer otra cultura… Es muy enriquecedora».
«Con el dinero que te dan es imposible vivir y, además, no lo recibes antes de irte sino a plazos. Tampoco tienen en cuenta el país, que puede ser mucho más caro que el tuyo», cuenta Mercedes del Barrio, una madrileña que disfrutó, hace un año, de un cuatrimestre en Montpellier. Ella intentaba economizar comiendo en los comedores universitarios y viviendo en una residencia de estudiantes.
Un presupuesto escaso
Para solucionar el punto más negro de las Erasmus, el presidente de los rectores españoles, Juan Vázquez, ha solicitado al Ministerio de Educación que incremente su presupuesto dedicado a estas becas de movilidad. El comisario de Educación europeo, Jan Figel, también ha manifestado su intención de incrementar en 100 euros la dotación de las ayudas.
El problema económico también lo vivió Francesca Negri cuando aterrizó en Granada desde su Génova natal. Allí pasó un año estudiando Bellas Artes. «El dinero que te dan es muy poco y no tienes para vivir aunque compartas piso», recuerda. Ella lo hizo con un grupo de estudiantes, también extranjeros, en el Albaicín. Llegó a mudarse hasta cinco veces, pero eso no empañó su estancia: «Las clases estaban mejor organizadas que en Italia y, además, la marcha era increíble». Fue lo que más le sorprendió: «La gente sale a las 12, la hora de llegar a casa en Italia».
Lecciones de tapeo y apadrinamientos
Fiestas de bienvenida los primeros días del curso, clases de español, lecciones de tapeo, excursiones por la ciudad… Son algunas de las actividades que organizan las universidades para integrar a los estudiantes extranjeros. «Yo llegué sin saber ni cómo se decía ‘hola’, por lo que las clases de español al principio me vinieron muy bien», recuerda la erasmus italiana, Francesca Negri.
En algunas regiones se han puesto en marcha iniciativas como el Programa Padrino de la Universidad de La Rioja. Laura Izquierdo, miembro del Consejo de Estudiantes, explica en qué consiste: «Los erasmus se apuntan en una lista y nosotros les asignamos un padrino a cada uno, que se encarga de ayudarle a buscar un piso, con la matrícula, le enseña la ciudad, etcétera».