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Fe religiosa y libertad cívica

– Fe religiosa y libertad cívica

Hay cosas que indignan y cosas que asombran: el comportamiento de la Iglesia Católica en España suscita ambos sentimientos. Claro que no solo en España, porque la radicalización integrista de esta institución sacro-política es evidente por todas partes desde hace más de tres lustros, gracias al papa Wojtyla y a su mentor teológico y después también papa, Joseph Ratzinger.

En nuestro país se ha hecho agresivamente perceptible durante el Gobierno de Zapatero, pero en Italia la padecen desde mucho antes, en Polonia ha llegado a convertirse en algo casi grotesco últimamente, e incluso en Gran Bretaña ha adquirido tal cariz su ofensiva contra la educación sexual en los colegios que los obispos han sido convocados al Parlamento para que expliquen lo que se traen entre manos.

Se trata de un fenómeno relativamente nuevo, aunque a mi juicio más bien cíclico, que Díaz-Salazar llama ‘la repolitización de la religión’. Por supuesto ‘la religión, cualquier religión, es en principio una cuestión de grupo, es decir, de poder’ (É. Barnavi) y las Iglesias siempre constituyen el concentrado jerárquico de dicho poder, en pugna social con otros concurrentes.

Pero el debilitamiento de los grandes discursos ideológicos en la posmodernidad y el renacer pujante, incluso amenazador, de la doctrina islámica han despertado el siempre latente instinto dogmático del catolicismo. El escepticismo posmoderno respecto a los ‘Grandes Relatos’ laicos y la sombra de una implacable ortodoxia rival le han hecho suponer que vuelve a haber posibilidades, si no para la añorada teocracia medieval, al menos para recuperar cierta tutela ideológica y una especie de capacidad legitimadora del poder en las atemorizadas democracias.

Y a ello se ha entregado la Iglesia, con la paciencia, la hipocresía y la demagogia que solo da una práctica de siglos. Dice Ramón Eder en una de sus estupendas Ironías (Eclipsados, 2007): ‘No sé si Dios existe, pero lo cierto es que insiste’. De que la Iglesia católica existe e insiste, no queda -¡ay!- ni la menor duda. Concretamente en España, uno de los países donde la Iglesia católica goza de más privilegios y de un reconocimiento público totalmente desmedido respecto a su presencia real en los comportamientos cotidianos de los ciudadanos (por no recordar su abominable papel histórico a lo largo de todo el siglo XX), resulta sin embargo que padecemos una de las jerarquías más militantemente reaccionarias, es decir, más acordes con las tonadas que hoy suenan en el Vaticano.

A pesar de mantenerse los antidemocráticos acuerdos con la Santa Sede, herederos del Concordato franquista y que cualquier gobierno progresista decente de izquierdas o derechas habría debido revisar hace mucho, a pesar de haber aumentado incluso la contribución económica a la Iglesia que vía impuestos pagamos a fin de cuentas todos los españoles, ahí los tenemos en la plaza de Colón denunciando como criminales las leyes aprobadas en el Parlamento, señalando al laicismo como enemigo de la democracia y hasta explicándonos cómo deben respetarse los Derechos Humanos, esos mismos que la Iglesia condenó desde el primer día y que en los territorios papales aún no se respetan.

Porque debe saberse que ni el Vaticano es un Estado de Derecho, ni ha suscrito en tanto miembro de la ONU los pactos sobre Derechos Humanos aprobados en 1966, ni tampoco la mayoría de los convenios y protocolos de dicha organización internacional sobre crímenes contra la humanidad, torturas, delitos de genocidio o contra las discriminaciones que imposibilitan la igualdad de derecho entre todos los seres humanos (véase la contribución de José M. Castillo, de la Universidad de Granada, al volumen Religión y democracia). ¿Se enseñan estos interesantes pormenores en las clases de religión de bachillerato?

Tras el aborto y el matrimonio entre homosexuales, esta ofensiva clerical se ha centrado principalmente en la batalla contra la asignatura de Educación para la Ciudadanía. Y ha encontrado el insólito apoyo de una serie de intelectuales ex progresistas que, con tal de minar al Gobierno de Zapatero (contra el que desde luego no faltan motivos de descontento), han decidido ahora equivocarse con la derecha, supongo que para expiar los años que estuvieron equivocándose con la izquierda.
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