Los menores en centros aprecian el trabajo de los educadores
La mayor parte de los chavales ingresados en un centro de menores considera que, a tenor de la formación académica y profesional que reciben en él, podrán conseguir en un futuro no muy lejano un buen puesto de trabajo y una vida alejada del mundo de la delincuencia, una vez que abandonen el centro y salden sus deudas con la justicia. Así se desprende de una tesis doctoral realizada por Juan Miguel Fernández Campoy, investigador del Departamento de Didáctica y Organización Escolar de la Universidad de Granada, y dirigida por los profesores Manuel Lorenzo Delgado y Tomás Sola Martínez.
Este trabajo ha tomado como referencia el centro de menores ‘Tierra de Oria’ de Almería, un centro de régimen cerrado que abrió sus puertas en el año 2002. Para llevar a cabo este trabajo, el investigador aplicó un cuestionario a ingresados en el centro, varones de entre 14 y 21 años, al tiempo que analizó el reglamento de funcionamiento del centro, su normativa interna y los distintos protocolos de actuación establecidos en él.
De esta investigación se desprende también que los menores muestran una gran preocupación por conocer los procedimientos sancionadores y disciplinarios que se aplican en los centros, “como estrategia para evitar castigos y conseguir los privilegios que su buen comportamiento les puede reportar” (permisos de fin de semana, ampliación de los horarios de visita, etc.).
Relaciones de amistad
Juan Miguel Fernández Campoy destaca que los menores “valoran muy bien al profesorado que trabaja con ellos en el centro, llegando a establecer, incluso, importantes relaciones de amistad con ellos”.
El trabajo realizado en la UGR también contempla algunas mejoras que, a modo de sugerencia, el investigador plantea al centro de menores ‘Tierra de Oria’. Así, Fernández Campoy sugiere que sus instalaciones deberían situarse “en una zona donde los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado tengan una importante presencia”, para poder intervenir rápidamente en caso de producirse un altercado, en lugar de en un entorno rural como en el que se encuentra en la actualidad. Además, el investigador apunta que los centros de menores “deberían ajustar los Talleres Formativos que se imparten a las necesidades reales del mercado laboral”, ya que éstos cualifican a los jóvenes para ejercer trabajos “que son muy poco demandados en la actualidad”, a excepción del taller formativo de fotografía digital y diseño gráfico.
Según comentó el investigador a ‘El Faro’, en general, son chavales procedentes de familias desestructuradas, con escasos recursos económicos, y con antecedentes de delincuencia en la familia, con algún progenitor o hermano que ha conocido la cárcel: “Al tener un pariente en prisión, tienen que empezar a trabajar con edades prematuras, accediendo a empleos de muy baja cualificación. Muchas veces acaban delinquiendo para poder sacar un dinero extra para mantener a su familia o costear algunos vicios y adicciones que suelen desarrollar”, comentó. Los delitos por los que se encuentran allí son homicidios, tráfico de drogas o delitos contra la libertad sexual.
El centro tenía 55 internos en el momento de la investigación, pero actualmente se están ampliando para dar cabida a 120 internos en el futuro.
Un punto positivo del estudio es la opinión que los chicos tienen de los educadores: “Nos llamó mucho la atención la valoración positiva que hacían de la labor de ellos y de la forma en que trabajan”, apuntó Fernández a este medio. Por contra, se mostró en desacuerdo con la metodología de los castigos: “En general, se les aplican normas demasiado restrictivas en cuanto a la conducta, cuando deberían ser algo más educativas. Se les sancionan comportamientos inadecuados, pero no se les explica lo que deberían hacer para no volver a repetirlos”.
Descargar