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La biógrafa de Alejandro Sawa evoca la miseria en que murió el escritor sevillano

La biógrafa de Alejandro Sawa evoca la miseria en que murió el escritor sevillano

La biógrafa de Alejandro Sawa, la profesora de la Universidad de Granada Amelina Correa, ha evoca las trágicas circunstancias en que murió este escritor sevillano, asediado por la pobreza, hambriento y enfermo. Este 3 de marzo se cumplirán cien años de su muerte.

Su biografí­a se titula Alejandro Sawa. Luces de bohemia porque, según asegura en una entrevista con Efe la autora, «en su muerte está la génesis de Luces de bohemia, el esperpento que Valle-Inclán escribió en 1920 impresionado por las dramáticas circunstancias de su triste final, a causa de una encefalitis acompañada de hambre, insomnio y locura».

«\’Santa Juana\’, como llamaron a su abnegada esposa desde el propio Sawa hasta sus amigos más cercanos, cortó -recuerda Correa- un mechón del cabello de su difunto esposo, que todaví­a hoy se conserva en el legado del escritor».
Regreso a Madrid

La noticia llegó a tiempo a las redacciones de los principales periódicos de la capital, que se apresuraron a dedicarle, ese mismo dí­a, sentidas necrológicas, ya que, desde su regreso a Madrid y tras sus años dorados en Parí­s, su prestigio literario no habí­a hecho sino acrecentarse.

«Su pluma seguí­a luchando en la denuncia de los males de España, en una actitud desolada y amarga, como su admirado Larra», según su biógrafa, quien ha presentado su libro en casi todas las capitales andaluzas y Madrid y estudia hacerlo en Parí­s, ciudad tan vinculada al «poeta ciego».

Ese sentimiento de impotencia y frustración resultó generalizado entre los intelectuales de la época, «y uno de los factores que influyeron fue el fracaso del modelo republicano, ante el que Alejandro Sawa reflexionarí­a con frecuencia en sus artí­culos periodí­sticos.»
Insobornable

Según Correa, Sawa fue insobornable y «señaló en voz alta la corrupción de los polí­ticos y la ineptitud de los gobernantes; de él llegaron a decir que si su pluma tuviera dientes morderí­a y que si escribiera sobre polí­tica su domicilio serí­a la cárcel».

No en vano su firma apareció en la señera revista Germinal, de clara orientación socialista republicana, y en la progresista Don Quijote, entre otras que lucharon por la renovación del paí­s.

Sawa, explica Correa, pese a sufrir «ese mal tan común a ciertos intelectuales del fin de siglo, que era la falta de voluntad, se convirtió en un prolí­fico articulista desde su regreso a España, cuando frecuentó a Manuel Machado y Valle-Inclán, a quien acompañó a sus tertulias con Jacinto Benavente, con jóvenes como Martí­nez Sierra, Santiago Rusiñol o su todaví­a buen amigo Rubén Darí­o.»

Correa añade que «el bohemio quí­micamente puro, a quien todos recuerdan en sus últimos años de vida acompañado de perros lazarillo y fumando alguna de sus muchas pipas, tuvo, en efecto, una estrecha relación con Darí­o desde que fuese su anfitrión en Parí­s y le presentase al gran Verlaine, de cuyos versos fue Sawa el introductor en Madrid».
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