Un estudio de la Universidad de Granada ha determinado a base de termografía que cuando una persona miente, si bien no le crece la nariz, pero tiende a calentársele.
Por medio de pruebas de computadora se ha podido establecer el «efecto Pinocho», es decir, cómo se calienta y enrojece el órgano nasal, como cuando una persona se pone colorada por vergüenza o enojo.
A veces no es fácil darse cuenta de cuando alguien miente, sobre todo si son los políticos o los demagogos de oficio, aunque les pongan el polígrafo que es otro aparato para medir reacciones en las personas.
Sin embargo, «la verdad es hija del tiempo», dijo el escritor romano Aulo Gelio y tenía razón porque, al fin y al cabo, «no hay nada oculto que no llegue a descubrirse» tarde o temprano.
En el momento no podemos entender muchas cosas, pero con el tiempo llegamos a comprenderlas, o bien llegamos a entender si estábamos obrando bien o mal. No importa, la verdad siempre se abre paso con toda elegancia y majestad.
Por eso, Saulo de Tarso decía que «ahora vemos de manera indirecta, como en un espejo, y borrosamente; pero un día veremos cara a cara…».
La verdad enaltece y reivindica a unos e incomoda a otros. Basta ver a muchos de nuestros políticos, déspotas en potencia, que buscan torcerla o disfrazarla. De esa manera, los de su estirpe han llevado a la esclavitud moral y física a pueblos enteros.
Para esos que se creen dueños de la verdad es fácil atribuir atrocidades a sus adversarios en la guerra de los 80, pero es un trago amargo o buscan hacerse los desentendidos cuando se mencionan las violaciones propias contra los derechos humanos.
En la vida diaria sobran las excusas o las «mentiritas piadosas»: es que el semáforo estaba en verde cuando pasé y ¡zaz! el tortazo… es que había una marcha en la calle y por eso vine tarde… es que mi esposa no me entiende… es que mi marido es un ogro… o como el policía acusado de brutalidad que alegó que el expresidente de ANDA «se cayó y se lesionó solo», en el mejor estilo de los partes de la exGuardia Nacional y la Policía de Hacienda.
Los salvadoreños residentes en los Estados Unidos saben que una de las faltas que las autoridades de ese país no perdonan es la mentira y a más de alguno le rechazan la solicitud de visa porque no puede sostener la razón que esgrime para querer viajar.
Nadie es dueño de la verdad, pero todos debemos luchar por encontrarla y acogerla siempre, porque ella nos hace libres. Sólo pensemos en las cargas que traen las «mentiritas piadosas» o las «medias verdades» versus la satisfacción de decir las cosas como son.
En todo caso, es mejor que hablen nuestros actos, más que nuestra boca. «Por sus frutos los conoceréis», enseña el Evangelio y Abraham Lincoln decía que, de todos modos, «no se puede engañar a toda la gente todo el tiempo».
Cuando Pilato tuvo a Cristo frente a él, reducido a la humillación y al suplicio, alcanzó a preguntarle: «¿Y qué es la verdad?».
Sólo tiempo después quizá el gobernador romano pudo darse cuenta de que la pregunta sobraba porque tenía la Verdad ante sí, encarnada y en su máxima expresión.
Siendo así, yo me quedo con la frase de Aristóteles: «Soy amigo de Platón, pero soy más amigo de la verdad…».