letras una investigación reciente sobre el autor de pepita jiménez
Juan Valera: novelas, cartas y diplomacia en el siglo XIX
Carmen Calvo preside el homenaje anual de Cabra al diplomático
REBECA ROMERO
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La abrumadora moda de rescatar para el presente personajes, acontecimientos o episodios históricos ocurridos hace cien años sirve, en ocasiones, para descubrir a creadores que, por su obra, por la huella dejada y por sus peculiaridades, merecen ser conocidos y perpetuados a través del recuerdo. Es, sin duda, el caso del escritor y diplomático cordobés Juan Valera, quizá el mejor prosista del siglo XIX. Lo considera así la doctora en Filología Hispánica de la Universidad de Granada Remedios Sánchez, quizá también una de las investigadoras que mejor conoce cada uno de los elementos que tejieron la sorprendente trayectoria personal y profesional del autor, nacido en Cabra en 1824.
Juan Valera murió ciego; una deficiencia que le acompañó durante la última década de su vida y a la que, como al resto de dificultades que surcaron su existencia, se enfrentó con cierta indiferencia y con el espíritu luchador que le caracterizó: Siguió escribiendo. Su ceguera la provocaron las cataratas, pero él no quiso operarse. Juanita La Larga (1895), una de sus mejores novelas, la dictó de memoria. Ciego ya, Valera se atrevió también a investigar para concluir otra de sus obras, en esta ocasión ambientada en la época de los Reyes Católicos.
Hablar de Valera está indisolublemente ligado a las mujeres, al dinero, a la literatura, a la política, a los viajes. En realidad, hablar de Valera está indisolublemente ligado a casi todo lo que puede hacer una persona en vida. Después de largo tiempo investigando la trayectoria vital y profesional del autor, Sánchez ha extraído una miscelánea de conclusiones que dibujan el retrato de un autor de vocación tardía, miembro de una familia aristocrática venida a menos y esclavo de un espíritu enamoradizo que lo convierten en un personaje delicioso.
Su madre, su esposa y Lucía Palladi, una princesa a la que conoció durante su estancia de diplomático en Nápoles, fueron las tres mujeres que marcaron su vida, según la investigadora. La mujer y el amor fueron también la fuente de inspiración de todas sus obras: Su producción está cargada de psicología; su interés por analizar la personalidad de la mujer y contraponer su naturaleza con la del hombre se reflejan en obras como Doña Luz, escrita en 1879 y en la que relata el amor entre Doña Luz, hija del marqués de Villafría, y un sacerdote.
Aunque se acercó a muchos géneros, sus novelas y sus cartas conforman la obra más representativa del autor. La novela Pepita Jiménez (1873), como señala la doctora, representa muy bien el modo de escribir de Valera, que se basaba en la realidad, idealizándola, y muestra un fantástico manejo de la prosa lírica.
Valera trascendió el acertado análisis psicológico y el fino retrato costumbrista de la época con su inigualable obra epistolar, fuente de conocimiento del siglo XIX y puerta abierta a los sentimientos y pensamientos del autor. Entre los altos representantes de la política –como Cánovas del Castillo–, la realeza europea de entonces, amigos o familiares, mantuvo correspondencia con escritores del momento, entre ellos, Pedro Antonio de Alarcón. Se licenció en Derecho en Granada, la ciudad que potenció la vocación literaria de este autor. En esta ciudad andaluza escribió Mariquita y Antonio –obra inconclusa– o Ensayos poéticos (1844), un libro editado con el dinero de su padre, como regalo por su licenciatura, pero del que sólo se vendieron tres ejemplares: El propio Juan Valera, decepcionado, retiró la edición entera y se la llevó a su casa. No quedan ejemplares.
También en Granada, Valera colaboró en las revistas literarias de la época Tarántula y La Alhambra. Y la conservación del palacio nazarí, durante una de sus épocas como diputado, se convirtió también en uno de sus objetivos principales.
Durante los últimos cinco años Remedios Sánchez ha rastreado minuciosamente el camino de un autor inusual, viajero y tan lleno de curiosidades. Vivió, siempre, por encima de sus posibilidades. Juan Valera era un hombre al que le gustaba vivir bien, un luchador al que nada desanimaba. Fue un hombre lleno de vida y de proyectos.