– Luis García Montero o la poesía como «espacio público».
Llegó Luis García Montero al aula magna del edificio histórico de la Universidad de Oviedo con pantalón vaquero, abrigo oscuro, tres libros bajo el brazo y una sonrisa. Tomó asiento rodeado de amigos y parabienes, los que le dedicó primero Josefina Martínez, que no dudó en calificar la Cátedra Emilio Alarcos -en cuyo seno se inscribía su conferencia- como «su casa», y, a continuación, José Luis García Martín, que habló de sus bodas de plata poéticas.
El poeta granadino llegó a Oviedo, la tierra de su amigo Ángel González, para presentar su recién estrenado libro, Vista cansada, una antología de cincuenta años de vida y veinticinco años de versos. Y de ese libro habló ante un auditorio apasionado que abarrotó por completo el aula magna, hasta el punto de que algunos de los presentes tuvieron que seguir el acto de pie.
Hizo gala García Montero de tanto sentido del humor como sensibilidad en una alocución amena que arrancó con un recuerdo obligado: el de Ángel González. Porque el poeta ovetense es precisamente protagonista de uno de sus versos, el que sirve para recordar un viaje que ambos hicieron juntos a Collioure, el lugar donde está enterrado Antonio Machado. Y es que precisamente al cementerio galo donde reposa el poeta ya le dedicó González un verso en el que se entremezclaban el recuerdo del exilio español tras la guerra civil con ese otro exilio económico que vivió España en los años sesenta. Leyó Montero ese poema ante el auditorio, antes de dar lectura al suyo propio, antes de recordar «a un Ángel ya muy frágil bajando del coche» en aquella excursión juntos del 22 de febrero del pasado año.
Con la imagen y la palabra de González muy presente, pues Montero recordó su vida -el duelo por la muerte de un hermano, las represalias a una familia republicana-, su Oviedo, su llegada a Andalucía, su amor por Machado, arrancó su conferencia.
Y tras esa semblanza obligada a quien era algo más que un amigo, a quien Luis García Montero veneraba como autor, llegó el momento de hablar de sí mismo. Porque de eso habla también su libro, de un poeta «con muchos enemigos», en palabras de García Martín, que se acogió a la otra sentimentalidad de Machado. Esa sentimentalidad sin espacio para lo cursi que pone todo el protagonismo en los sentimientos, que los integra en la historia, esa forma de entender los versos que dice que «debajo de una lágrima también está la historia».
El poeta andaluz ha querido y quiere que su trabajo sirva para hacer una meditación moral, que la poesía pueda emplearse para «parar el tiempo en una época de urgencia», para reivindicar la conciencia individual en un tiempo en el que se tiende a «la liquidación de la conciencia individual». Esa defensa se esconde tras las letras del catedrático de la Universidad de Granada, que entiende que los versos deben ser ante todo «un espacio público donde puedan dialogar la conciencia del autor y la del lector».
Diálogo de soledades
Dijo García Montero a su público que busca que los poemas sean «un diálogo de soledades preocupadas por la navegación de la sociedad», porque quizá en esas charlas abiertas esté parte de la capacidad revolucionaria de la literatura.
Esa es su forma de entender la poesía, que sirve también para «buscar los matices de las cosas». Y su Vista cansada tiene precisamente muchos matices: los que aporta el tiempo, la edad, los recuerdos ya asentados en la cabeza y la conciencia de una sociedad cambiante. «Vista cansada es un ejercicio de memoria», anuncia, antes de añadir que sus memorias de infancia en nada se parecen a las que un día albergarán sus hijas, que viven una realidad completamente diferente. Reflexiona en sus poemas y viaja a su propio pasado. Ayer lo hizo leyendo un poema cargado de emoción dedicado a su madre. Luego llegarían otras lecturas y, tras ellas, el aplauso del público.