Inicio / Historico

La Roseta asturiana

Sociedad
La Roseta asturiana
Jesús Manuel Fernández descubrió hace 38 años el mapa de Tito Bustillo. Su empeño lo ha revelado como la cartagrofía más antigua de la Humanidad
MIGUEL MORÁN/GIJÓN
La Roseta asturiana
HALLAZGO. Jesús Manuel Fernández Malvárez posa con la foto que hizo el 21 de setiembre a la roca. / MARIO ROJAS
Imprimir noticiaImprimirEnviar noticiaEnviar

Publicidad

A mí me parece un mapa». Durante 38 años Jesús Manuel Fernández Malvárez repitió como un mantra esa frase a todo aquel que quiso escucharle. Se refería a aquelos escuetos trazos dibujados sobre piedra caliza que vio por primera vez siendo un chaval y que esta semana se han revelado como la que podría ser la primera cartografía de la Humanidad. Eso al menos sostiene un experto de la Universidad de Granada, que acaba de confirmar que esos signos hallados en la cueva de Tito Bustilla son, efectivamente, un mapa. El tesón y el empeño de Manuel Fernández lo han hecho posible.

La historia de este riosellano, hoy funcionario de la Administración regional, comienza una mañana soleada de marzo. Aquel día de San José del año 1968, ocho jóvenes del grupo de espeleología Torreblanca buscaban a alguien que conociese como el salón de su casa las simas del concejo. Sondeados algunos vecinos de la villa no dudaron: «Nadie mejor que el fíu de Daniel el escribiente, responde por Jesús, ye altu, lleva gafes y siempre va acompañado de un chico baju que se llama Adolfo». Dicho y hecho, horas más tarde, los espeleólogos pateaban el macizo de Ardines en busca de cuevas donde destreparse acompañados de dos nuevos miembros. Al descender a la cueva de La Cerezal observaron que la gruta continuaba hasta unirse con otra cueva de un escaso kilómetro de largo y desconocida hasta el momento. Los diez adolescentes acababan de descubrir lo que hoy se sabe como la cueva de Tito Bustillo, que recibe ese nombre en honor a uno de ellos, Celestino, muerto semanas después en una gruta de Quirós.

No fue hasta el día de Jueves Santo, cuando descubrieron las pinturas. Todos se conjuraron para no contar lo que allí habían visto hasta que no pudiesen dar testimonio gráfico. Con una cámara recién comprada volvieron al día siguiente y dispararon a discreción a la sucesión de grabados y pinturas en forma de caballos, renos, bisontes y cabras. Al llegar al fondo de la cueva -por donde hoy empieza la visita-, cerca de la zona que se denomina Covacha de las vulvas por las pinturas de genitales femeninos en las paredes, Adolfo vio un gran bloque caótico con unos signos pintados en rojo, trazos perpendiculares y dos líneas del mismo color de casi un metro de longitud que atraviesan verticalmente la piedra. «¿Qué crees que es esto?», inquirió. «A mí me parece un mapa», respondió por primera vez Jesús. Lo hizo sin la convicción que le ha dado el paso del tiempo y sin ni siquiera intuir que aquella gran masa caliza con unos signos indescifrables iba a convertirse en la obsesión de su vida.

Cientos de visitas

En aquella época, el fíu de Daniel, el escribiente, estrenaba mayoría de edad y estudiaba Bachillerato Técnico Superior. Su condición de nativo de la villa riosellana hizo que volviese cientos de veces a la cueva. La siguiente fue a principios del verano de ese año con motivo de la celebración del II Campeonato Regional de Espeleología. Volvía a ver su mapa y tenía la oportunidad de contrastar con expertos su teoría. La respuesta no pudo ser más descorazonadora: «Calla, hombre, ¿no ves que hace 12.000 años aquellos hombres no tenían conocimientos de este tipo? Para hacer un plano del entorno hay que tener una capacidad de abstracción muy grande y esa gente todavía no la tenía».

No se rindió. Gracias a su perseverancia seis años después consiguió la plaza de guía de la cueva. Durante los tres veranos que acompañó a los turistas por los vericuetos de la sima pudo contemplar con detenimiento su plano. El me parece daba paso a un estoy seguro. «En esa piedra se dan demasiadas coincidencias para que hayan sido puestas al azar», asegura. El riosellano no creía que por casualidad todas las cuevas del concejo estuvieran simbolizadas por pequeños puntos con una precisión increíble. Tampoco que las dos franjas rojas corten la piedra exactamente igual que el cauce del Sella divide al concejo. Ni, por supuesto, que el relieve de esa mole sea tan parecido al perfil de la zona de costa de Ribadesella. Demasiadas casualidades en un espacio tan reducido.

Pasaron los años y Jesús consiguió hacerse con un puesto en el Principado. Siguió visitando la cueva y recopilando información de todas las investigaciones. Todas hacían mención al bloque pintado, desde Moure Romanillo a Magín Berenguer pasando por Behrman. Todos describían lo que había dibujado con precisión, alguno incluso hablaba de signos rudimentarios, pero nadie lo valoró como un mapa.

«Las imágenes que se tomaban de la roca estaban desde ángulos en los que no se veían todos los símbolos con detalle. Necesitaba sacarle una foto para que alguien lo valorase», relata. El 21 de setiembre de este mismo año, tras más de tres décadas porfiando por un permiso, se lo concedieron: «¿Vaya odisea! El ser funcionario fue una traba. No me podía jugar el puesto por la foto. En la cueva todo tiene copyright si yo publicaba esa imagen me la jugaba», rememora.

A partir de ahí, contacta gracias a internet con uno de los mayores expertos cartógrafos de España, Mario Ruiz Morales, de la Universidad de Granada, y éste confirma que se trata de un mapa. Gracias a su obstinación, hoy sabemos que en Asturias pudo vivir el cartógrafo más antiguo de la Historia. «
Descargar