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El inmigrante es visto como mano de obra, nunca como un ciudadano

CARMELO PÉREZ tiene claro que no hay que ser experto para ver que la situación en el mundo árabe ha ido de mal en peor. Está convencido de que el futuro de los países del Islam no es esperanzador y desde su despacho, en la Universidad de Granada al frente de la Cátedra Emilio García Gómez, asegura que mucho de los problemas de los musulmanes están relacionados directamente con los regímenes autoritarios y, en definitiva, con la falta de democracia. Eso sí, como uno de los grandes expertos de nuestro país en el mundo árabe, este investigador almeriense no pierde la fe en la convivencia en la integración y convivencia de dos sociedades distintas y alejadas. «Nuestro mundo está condenado al diálogo intercultural». Lo tiene claro y piensa que cuanto antes se inicie el conocimiento mutuo y el entendimiento, mejor para todos.

– ¿En qué ha «involucionado» la relación del mundo occidental con los países islámicos?

– Creo que siempre han existido unas relaciones importantes e intensas entre lo que podríamos llamar «occidente» y los países musulmanes, especialmente los países árabes de la Cuenca Mediterránea; eso sí, unas relaciones no exentas de conflictos, pero también muy ricas en intercambios de todo tipo (culturales, científicos, tecnológicos, ideológicos, políticos…). En gran medida el problema radica en que de la Historia sólo se han destacado los acontecimientos más confrontados o violentos, de tal manera que siempre se nos los ha presentado como dos realidades antagónicas y rivales, en constante enfrentamiento: El Imperio Bizantino contra el Imperio Islámico, los Reinos Cristianos de la Península Ibérica contra al-Andalus, los Otomanos contra Europa, el nacionalismo árabe contra los países europeos … Como consecuencia de esto, la idea de antagonismo, rivalidad y amenaza ha ido afianzándose en nuestra mentalidad y en nuestra cultura y se ha ido transmitiendo inevitablemente en nuestro sistema educativo, en los medios de comunicación, en el ámbito político, etc.

Otros problemas de relación tienen que ver con el etnocentrismo occidental. Occidente suele contemplar a las otras culturas como universos cerrados, inamovibles e inferiores. Ve el mundo musulmán como un mundo estático, fanático y retrasado, un mundo de espaldas al progreso, debido, según esta visión, a factores derivados de su esencia religiosa. Así, todos los problemas del mundo islámico son explicados como causa y consecuencia del Islam y nunca se explican como el resultado de situaciones políticas, estructurales o socio-económicas determinadas.

– ¿Cuáles son los retos de futuro del mundo árabe?

– Son muchos los retos que se le plantean al mundo árabe e Islámico de cara al futuro, eso sí, al menos tantos como al mundo occidental, porque en el mundo actual no existen fronteras que delimiten las civilizaciones ni la economía ni el pensamiento. Bajo mi punto de vista, uno de los grandes condicionantes del área árabe-islámica en la actualidad es el deterioro de la calidad democrática y de las libertades asociadas a ésta, que es una consecuencia del abandono de los procesos de transición democrática, inaugurados hace un par de décadas, y del posterior viraje hacia posturas cada vez mas autoritarias de los regímenes establecidos. Ni siquiera hay que ser un experto para ver que la situación últimamente ha ido de mal en peor, y si buscamos datos puros y duros, no hay mas que echarle un vistazo al Informe sobre desarrollo humano del Mundo Árabe publicado por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo para comprobar el grado de deterioro y de marginación en que se encuentra el área árabe, desde el punto de vista social, político y económico, debido a una alta conflictividad regulada de forma autoritaria y represora a nivel interno, y de forma servil respecto a los intereses occidentales. Teniendo en cuenta esta evolución, o mas bien involución del mundo árabe, se podría augurar un futuro incierto, especialmente porque desde la guerra de Iraq se ha acentuado, aún más si cabe, la fosa entre las necesidades de la población y los intereses de sus gobernantes y entre las inquietudes del mundo árabe y los propósitos de occidente. Aunque, sin lugar a dudas, existen otros indicadores más esperanzadores, como la evolución de las estructuras sociales, el protagonismo cada vez mayor de las mujeres y el desarrollo de una dinámica sociedad civil, que reclaman mayores cuotas de libertades y una mejora de la calidad democrática, porque en todo proceso de transición hacia la democracia tan importantes son los cambios institucionales que parten desde la cúspide de las instituciones estatales como las transformaciones promovidas desde la propia base.

– ¿Se está mermando la calidad democrática en el mundo árabe?

– Muchos de los problemas en la actualidad están relacionados directamente con la falta de democracia y con la gestión del poder por parte de los regímenes autoritarios de estos países, a lo que habría que añadir unos índices muy elevados de pobreza humana que condiciona enormemente las necesidades de la población. En buena medida todas estas cuestiones, unidas a otras como el anhelo de descolonización cultural con respecto a Occidente, han sido el caldo de cultivo para que el desarrollo de algunos movimientos más radicales o más particulares, como es el caso del movimiento islamista, que además suele contar entre sus filas a un nutrido grupo de jóvenes que, en buena medida, pretenden expresar la necesidad de dar respuestas contundentes a una existencia desprovista de perspectivas.

– ¿Es compatible con la democracia el Islam más radical?

– No existe ninguna incompatibilidad entre un sistema democrático y la religión musulmana. El Islam es una religión que, como cualquier otra, esta abierta a la evolución y al progreso y que cuenta además con los mecanismos necesarios para ser reinterpretada y readaptada a diversos espacios y tiempos. Lo que sí es cierto es que los pasos previos a la democratización, como podrían ser los procesos de liberalización política que emprenden algunos países árabes en los años 80, finalmente fracasaron, porque en realidad las élites políticas no estaban convencidas de la necesidad de instaurar la alternancia política y la democracia plena, sino que más bien intentaban explorar nuevas formas de supervivencia con el fin de seguir controlando las riendas el poder y los resortes de la economía. Pero debe quedar claro que este déficit democrático no tiene nada que ver con factores inherentes, inmutables o determinantes de la cultura árabe-islámica, como sostienen algunos autores más o menos islamófobos, sino que el fracaso de estos procesos es debido al contexto y a las circunstancias históricas, sociales, económicas y políticas muy concretas, que afecta a otras muchas áreas de la geografía mundial, sobre todo a aquellas que han experimentado un proceso colonial como Asia, América Latina o África Subsahariana.

– ¿Simpatiza el mundo árabe con el mensaje de al-Qaeda?

– El mundo árabe, en su inmensa mayoría, no sólo no simpatiza con el mensaje de al-Qaeda, sino que sufre sus constantes embistes, puesto que muchos de los atentados que ocurren en estos países han sido perpetrados por algunos movimientos, siempre minoritarios, que actúan en estas zonas.

– La inmigración ilegal sigue siendo considerada como uno de los principales problemas de nuestro país. ¿Es uno de los factores que obstaculiza la integración?

– La inmigración, ya sea conforme a los actuales procedimientos legales o no, es percibida en nuestra sociedad como un conflicto real o potencial o como un problema más que, en este caso, se considera que no es interno o endógeno si no que nos llega desde fuera de forma incontrolada. Por otro lado, y aunque la realidad es muy diferente, los inmigrantes son encasillados dentro de un conjunto homogéneo y estático, y por inmigrantes la sociedad española suele percibir a una población paupérrima, rural, analfabeta, desempleada, sin cualificación y principalmente masculina, aunque lo cierto es que junto a esta realidad, que también existe, encontramos a comerciantes, profesionales, estudiantes, profesores, empresarios, trabajadores cualificados y un número cada vez mayor de mujeres. Además el inmigrante siempre es visto como mano de obra de escasa o nula especialización, pero nunca como un ciudadano que, como todo individuo dentro de un estado de derecho, debe tener sus derechos reconocidos y garantizados. En definitiva, yo creo que hay que superar esa imagen, siempre conflictiva, asociada a la inmigración y también esos discursos alarmistas articulados en torno a temas como el control de flujos migratorios o la conflictividad social, para empezar a proponer una nueva imagen de la emigración como un factor de desarrollo social y humano, que beneficia tanto a España como a los países de origen, y como una oportunidad para forjar una sociedad mejor, más plural, más heterogénea, más dinámica, más justa y dialogante con las otras culturas.

– Han pasado diez años desde los sucesos de El Ejido. ¿Cómo define lo que ocurrió? ¿Se podría repetir?

– En buena medida, lo ocurrido en El Ejido tiene que ver con la coexistencia de diferentes culturas que «viven sin convivir» y con la visión estereotipada del otro, y por lo tanto, con una visión negativa y hostil del inmigrante árabe. Los estereotipos son generalizaciones sobre grupos sociales que se mantienen de forma inalterable durante muchísimo tiempo, a pesar de que están fundamentadas sobre un contenido erróneo. Además, los estereotipos simplifican la complejidad de los conflictos y no contemplan la individualidad, lo singular, lo concreto, lo determinado, sino que son afirmaciones categóricas, generalmente negativas, que se aplican sobre toda una colectividad. Y eso fue, en gran medida, lo que ocurrió en El Ejido, que una manifestación violenta individual se atribuyó injustamente a la colectividad de los inmigrantes árabes. La mejor profilaxis para evitar este tipo de sucesos pasa por el conocimiento del otro, la información y la empatía.

– Se acusa al Gobierno de sacar pecho con la Iglesia y ser más condescendiente con el Islam…

– Bajo mi punto de vista, esta percepción carece de todo sentido. La iglesia católica de España, independientemente de la ideología del que gobierne en nuestro país, sigue manteniendo una serie de privilegios no sólo a nivel confesional, sino también social, político y económico. ¿Acaso no es la única religión a la que los ciudadanos pueden destinar la asignación tributaria al hacer su declaración de la renta? Sería lógico pensar que a un ciudadano español de cualquier otra confesión también le gustaría hacer lo mismo con su propia religión.

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