No es la primera vez, mi amadísimo lector, que el nombre de Antonio Campos Muñoz y su excelente personalidad, aparecen en estas páginas luneras. No sé si mi lector sabe que una serie de asociaciones isleñas van a proponer a nuestro amnésico y querido Alcalde que se acuerde de uno de los isleños más prestigiosos y relevantes que, por su profesión, dedicación y total entrega, es una autoridad mundial en su materia. Es como un destello incisivo de esta Isla luminosa que alcanza y alumbra una gran parte del universo investigador. El doctor Campos, catedrático de Histología e Ingeniería Tisular -actualmente en la Universidad de Granada-, fue por entonces el más joven catedrático español en su especialidad. Isleño por los cuatro costados, pero de verdad, lleva el nombre de su pueblo por donde quiera que vaya. Persona afable, sencilla, cariñosa y, sobre todo, inteligente.
Y lo recuerdo allá, en aquel Patronato Municipal de Enseñanza «Rafael Estrada Arnáiz» -primer centro de Enseñanza Media en esta olvidada y mal entendida Isla-, como alumno conocido y respetado por todos los que compartíamos estudios con él, es decir, de la misma quinta, pero con menos luces. Hermanísimo de Jesús, farmacéutico y boticario de lujo con farmacia de rebotica activada y casi santuario ya de la cultura de aquí, que, sin pretensiones solemnes ni medallones in pectore, va calando sigilosamente en esta ilustrada sociedad isleña que es tan inescrutable y pánfila a la vez. Rebotica pequeña por su corto espacio, pero grande en su vigor, en la que no cabemos más de doce miembros y Jesús -nuestro bien amado- en el centro de la reunión. Si fue este jueves nuestra admirada Adelaida Bordés la última en disertarnos, Antonio Campos tuvo su grandioso momento el pasado mes, esta vez no fueron esas células madres que tanto le ocupa como investigador, sino el hacernos partícipes de sus razones por esa denodada admiración que siempre ha sentido por don Santiago Ramón y Cajal. El currículum del doctor Campos es interminable, son innumerables sus cargos, actividades y distinciones. Como muestra destacaría, si algo reluce en lo que todo es sobresaliente, su pertenencia como Académico de Número de la Real Academia Nacional de Medicina, ocupando el sillón nº 38 que ya había ocupado Ramón y Cajal, su venerado maestro.
Pues bien, decía que la Tertulia de Rebotica Campos y otras asociaciones isleñas, van a proponer el nombramiento de Hijo Predilecto de la Ciudad de San Fernando de este ilustre paisano. Méritos le sobran; su disposición para todo lo que le suene a Isla está más que demostrado, pues una simple llamada para cualquier acto o circunstancia que se le precise, Antonio está con nosotros, sin olvidarse al día siguiente, antes de encaminarse de nuevo para su Granada, de desayunarse con sus churros favoritos de «El 44», algo que no perdona; su trayectoria profesional es de lujo, además de ser un investigador de carácter mundial que es reconocido por universidades europeas y americanas, porque su dilatada carrera -y lo que le queda- es más que ejemplar.
Y no digo yo que predilecto, sino mucho más si lo hubiera: hijo único o predilectísimo. Esta desvalida ciudad se lo merece. Sería de ley.