vicente pedraza muriel catedrático de la universidad de granada. consejero de universidades por el senado.
Libertad, cultura y Universidad
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EN la formulación de una propuesta educativa o política, dicen Víctor Pérez Díaz y Juan Carlos Rodríguez, es necesario combinar el rigor con la prudencia, sin oponer un ideal abstracto a la realidad de las cosas. El presente texto es, en este sentido, una reflexión sobre el estado de la Universidad española en el momento actual. Su punto de partida lo constituye la Carta Magna de las Universidades Europeas, aprobada en Bolonia el 18 de Septiembre de 1988, en la que se afirma que la Universidad es una institución autónoma que produce y transmite la cultura por medio de la investigación y la enseñanza y que, para abrirse a las necesidades del mundo contemporáneo, exige disponer de independencia moral y científica, es decir, de autonomía, una categoría doctrinal irrenunciable nacida en Europa al amparo del principio de equivalencia entre libertad de cátedra y libertad de cultura.
El conocimiento es uno de los pilares de la sociedad actual y el motor de la denominada nueva economía. En la sociedad del conocimiento, las universidades ejercen un papel trascendente. Promueven, mediante la investigación, nuevos avances, contribuyen, mediante la enseñanza, a la difusión de los mismos y transfieren al mundo empresarial los resultados de su actividad científica asegurando así la innovación y el desarrollo social, económico y cultural de la comunidad. El acceso al conocimiento constituye, además, el germen de una sociedad abierta regida por la ética de la libertad. Para Kant, la idea nuclear de la Ilustración era la liberación por el conocimiento, una tarea fundamental que reclama la atención de todos (poderes públicos, escuelas, universidades, instituciones culturales) pues sólo mediante el conocimiento puede liberarse el hombre de la ignorancia, los prejuicios, la inseguridad y el error. Una de las misiones esenciales de la Universidad es, por ello, la formación de hombre y mujeres libres a los que no resulte fácil manipular, engañar o dominar.
Las universidades, en el proceso de desarrollo de la sociedad industrial, han ido incorporando a su quehacer otros objetivos, el más importante de los cuales es la preparación para el ejercicio de actividades profesionales. La fuerte demanda de bienes educativos superiores, que al facilitar la inserción en el sector productivo de grandes contingentes de estudiantes ha permitido a éstos mejorar su nivel de vida, es la razón última de la deriva profesional de la Universidad y uno de los pilares de su supervivencia. Cabe preguntarse, por ello, si el establecimiento de una relación cada vez más estrecha entre planes de estudios y necesidades empresariales, como propugna el programa de convergencia europeo, debe orientar prioritariamente la acción de las universidades en el momento presente.
La formación profesional es, sin duda, una parte importante de la misión de la Universidad. No debe olvidarse, sin embargo, que la enseñanza de las humanidades, las artes, las ciencias y aquellos otros saberes no utilitarios ni pragmáticos pero que resultan esenciales para la comprensión de la naturaleza y el destino del hombre y la conformación de un orden social en libertad es una función sin la cual las universidades perderían su razón de ser. La sociedad de nuestros días tiene a su disposición recursos tecnológicos sofisticados muy superiores a nuestra propia capacidad para utilizarlos sabiamente. Para adquirir esta sabiduría, dice Anne Carter, la Universidad, no el mundo empresarial ni el de la nueva economía, debe ser nuestra alma mater. Profesionalización o cultura, formación general o especialización precoz. He aquí el principal dilema que tienen planteados en la actualidad los sistemas occidentales de educación superior.
Dos notas distintivas caracterizan a las universidades europeas de nuestro tiempo. Poseen autonomía académica y tienen situada la investigación en el corazón de su actividad y en la base de la enseñanza. Como el ejercicio de sus funciones ha conducido a situaciones diversas, ha parecido razonable iniciar un proceso de organización de esta diversidad (Declaración de Bolonia) orientado hacia la creación de un marco o espacio europeo de educación superior coherente, compatible y competitivo con el de otras latitudes geográficas que pueda representar un polo de atracción para estudiantes y profesores de todo el mundo. Calidad, movilidad, transparencia y comparabilidad formativas constituyen los pilares del mismo.
Para la consecución del objetivo de convergencia europeo, las universidades españolas tendrán que introducir reformas de calado en su sistema educativo. Algunas de ellas (suplemento al diploma, sistema de transferencia de créditos) ya se han adoptado. Otras (modificación de la estructura de las enseñanzas, orientación profesional de los estudios) están en fase de análisis o desarrollo. Las más importantes (directrices generales propias de los planes de estudios, competencias y perfiles de las titulaciones) tienen que ser definidas en los próximos meses. La importancia de las cuestiones pendientes exige planteamientos rigurosos, prudencia en las decisiones y un acuerdo básico entre el Gobierno y el principal partido de la oposición. Política de Estado en la educación superior. Ése es el camino.