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La plenitud dorada de Elena Martí­n Vivaldi y su poesí­a

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Cultura y Espectáculos

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charo ramos Cádiz.

Una velada intimista convocada por el Centro Andaluz de las Letras al abrigo de fiestas y alegrí­as callejeras atrajo anoche a la sede de la delegación de Cultura en Cánovas del Castillo a una selección de las mejores voces lí­ricas de la comunidad. La escritora gaditana Mercedes Escolano ofició de maestra de ceremonias del homenaje a Elena Martí­n Vivaldi, la poeta granadina más conocida de todos los tiempos y una de las voces más sugerentes de la literatura española de posguerra. El pasado 8 de febrero habrí­a cumplido cien años y con este motivo la Consejerí­a de Cultura ha organizado mesas redondas en diversas provincias andaluzas.

A Cádiz viajaron ayer dos paisanos de Martí­n Vivaldi para analizar su legado: el poeta Rafael Guillén, una de las voces más brillantes de la generación de los 50, glosó Escolano, que compartió con la homenajeada muchí­simos proyectos editoriales y una fecunda amistad, así­ como la profesora de literatura Amelina Correa, que realizó una fructí­fera lectura comentada de varios de sus poemas.

Junto a ellos, Pilar Paz Pasamar subrayó la influencia de Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado y Bécquer en poemarios de Elena como El alma desvelada (1953) y Cumplida soledad

(1958), así­ como en los volúmenes que nutrieron su biblioteca personal, que legó a la Universidad de Granada.

Aunque era contemporánea de Federico Garcí­a Lorca, recordó Rafael Guillén, no se la inscribe en la generación del 27 ni tampoco encaja completamente en la poesí­a de posguerra. Esta dificultad para clasificarla provocó un cierto adelgazamiento de su talla poética durante años. Hoy, su influencia es muy acusada en los poetas de Andalucí­a oriental, autores como Luis Garcí­a Montero, Javier Egea o Luis Muñoz que han encontrado en sus libros el punto de enlace entre la generación del 27 y todos los movimientos posteriores. Para nosotros, continuó Guillén, era una más de nuestra generación, la de los niños de la guerra que se rebeló veinte años después contra aquel temor a la verdad que se camuflaba socialmente bajo la fórmula del menosprecio a la poesí­a.

Pilar Paz destacó la modernidad de la granadina y su extraordinaria sinceridad poética. Fue una precursora del feminismo y de las poéticas del deseo que en la última década han cristalizado en el premio del Instituto Andaluz de la Mujer que lleva su nombre y cuyo primer certamen tutelamos Julia Uceda, Rosa Dí­az y yo.

Mujer de vasta cultura, hija de un catedrático de Ginecologí­a de talante progresista, se ganó un espacio propio en el mundo laboral tras licenciarse en Filosofí­a y Letras. Su voz í­ntima, de silencios impenetrables, la cultivó en paralelo a una personalidad fuerte que rompió con las convenciones de la posguerra: fue una de las primeras granadinas en llevar pantalones, fumar y calzar botas blancas.

Amelina Correa destacó como grandes temas de Martí­n Vivaldi el desgarro entre su vitalismo y su soledad existencial, su amor a la naturaleza y la frustración amorosa, asuntos que culminan en Materia de esperanza

(1968), donde exorciza el dolor por la maternidad frustrada. Como Juan Ramón Jiménez, cultivó una poesí­a muy cromática y su color personal fue el amarillo, recordó Guillén, que en ella no sólo se relaciona con el otoño sino también con la esperanza (Serena de amarillos tengo el alma, escribió en uno de sus versos más celebrados).

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