La historia maleable
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LA mentira de Enric Marco, el falso prisionero del campo concentración nazi de Flossenburg, nos ha sonrojado a la mayoría. Durante 30 años este antiguo dirigente sindical se ha apoyado en una invención para construir el hecho trascendental de su vida. Marco ha explicado que el relato lo inventó en 1978 para que la gente lo escuchara con más atención, pero fue demasiado lejos y ha conseguido al final el efecto contrario. No, la invención de un testimonio tan terrible no puede tener la consideración de una licencia literaria ni de un tropo fantástico. Una ficción de esas características constituye un desprecio a las verdaderas víctimas que de pronto descubren que han confrontado su dolor verdadero con el simulado por un falsario. Aunque no conociéramos a Marco todos nos hemos sentido engañados. ¿De qué testimonios debemos confiar? Marco, es cierto, no pretendió modificar la Historia, como esos ultraderechistas que niegan el Holocausto, sólo alteró una vida, la suya. Pero la Historia es, además de los compendios científicos que componen de los historiadores, la suma de cada uno de los testimonios de quienes la padecieron o contribuyeron a que tomara ciertos derroteros.
Por fortuna el historiador Benito Bermejo ha aclarado el embuste de Enric Marco. Para eso, me dije, están los historiadores, para comprobar y avalar con métodos científicos los testimonios más relevantes vinculados a un periodo o a un suceso determinado. La sanción de la verdad reside en el juicio de los investigadores. ¿Seguro? Estaba centrado en estas cavilaciones cuando ha caído en mis manos un libro valiosísimo de Mercedes del Amo, la primera biografía de Salvador Vila, el rector de la Universidad de Granada fusilado en Víznar en octubre de 1936. Vila, un republicano convencido, murió con 32 años. Era un prometedor arabista, vinculado a través del magisterio con Unamuno, Manuel de Falla, Asín Palacios y Emilio García Gómez. Su asesinato no fue su única tragedia. La mayor fue el olvido. Sus compañeros de la Universidad ocultaron vergonzosamente su existencia hasta 1976, en que su retrato fue colgado en el Salón de Rectores. Pero además el boicot fue respaldado en apariencia por algún historiador. Mercedes del Amo muestra ahora su estupor porque Cristina Viñes, autora de la Historia de la Universidad de Granada, publicada en 1997, cambie el lugar de la muerte del rector y eluda explicar en qué circunstancias: [Vila ] moría en Salamanca en los primeros momentos de la guerra. Para avalar su afirmación incluso cita un libro (Agonizar en Salamanca de González Egido) que no deja dudas al respecto: el rector murió en Granada y fusilado. Pero es más, Viñes, recuerda Del Amo en la biografía, no trata en absoluto de los profesores que fueron represaliados en su historia universitaria publicada por la universidad. ¿Error gigantesco o una omisión deliberada e inmoral? Por cortesía dejemos abierta la duda. Lo que parece claro es que la Historia se escribe en ocasiones con materiales muy maleables.