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El legado social español en Mostar

El legado social español en Mostar.

Bosnia y Herzegovina acogí­a en 1990 el 70 por ciento de las bases del Ejército yugoslavo. Además, en este territorio de perfil montañoso, se fabricó y almacenó una importante cantidad de material bélico. Cerca de Mo star habí­a incluso una fábrica secreta de armas quí­micas y biológicas.
Sin embargo, el acuartelamiento de Mostar, uno de los más importantes de esta antigua república yugoslava, se convirtió en 1997 en el colegio Los Rosales para mayores y menores disminuidos psí­quicos, gracias a la financiación de la Agencia Española de Cooperación Internacional (AECI) del Ministerio de Asuntos Exteriores y gracias a la labor civil del contingente de tropas españolas que llegó a esta zona en 1992 de la mano de la ONU. El embajador de España en Sarajevo la inauguró oficialmente en 2001.
En la puerta del centro ondean las banderas de España y Bosnia y Herzegovina en señal de agradecimiento de Jasminka Rebac Jasna, su directora, de sus 35 profesores y de sus 153 alumnos.
Jasna, poseedora de la Medalla del Mérito Civil, recibe a una delegación española, encabezada por el coronel jefe de Spfor, Ulpiano Yrayzoz, el presidente de la Diputación de Cádiz, Francisco González Cabaña, y la diputada socialista por Cádiz Mamen Sánchez, con una sonrisa y un gesto más de agradecimiento que de reverencia. De inmediato, tres alumnos entregan productos de artesaní­a elaborados en los talleres de Los Rosales a los visitantes. Uno de ellos es una mujer de 48 años, con sí­ndrome de Down. Se llama Sadina Dulmez y es la más veterana del alumnado. Su timidez se oculta tras unas enormes gafas de miope.
Con un entusiasmo contagioso, Jasna lleva a la delegación española al hogar del centro, donde 16 niños de distintas zonas de Bosnia y Herzegovina están al cuidado del matrimonio que forman Corajevic y Haris Hata, que trabajan y conviven con ellos las 24 horas del dí­a. Uno de los pequeños, Harun, que sufrió hace algunos años una parálisis cerebral, juega en un ordenador al golf. La directora, orgullosa, asegura que está prácticamente recuperado. Nos adentra en el laberinto de talleres y aulas en que se ha convertido este antiguo cuartel. Tras ella, dos niños y una niña se sienten seguros con su cuidadora, Nidzara Sulejmanovic, que no les pierde de vista ni un momento. Vikica se aferra a ella, Rijad sonrí­e tí­midamente y Almedin, de una esbeltez soberbia, proyecta una mirada perdida desde sus ojos de color caramelo.
En uno de los talleres de artesaní­a, una joven mujerona bosniaca, de ojos del Neretva, se alborota con la llegada de la delegación. Es Vedrana Cucur, la presidenta del taller por elección democrática, que no está dispuesta a pasar desapercibida. Reclama, entre risas, un novio tan alto como ella.
En otro taller, Sadina Dulmez, la veterana del colegio Los Rosales, dibuja y colorea un paisaje con parsimonia.
De la factorí­a Los Rosales salen productos de artesaní­a de todo tipo, sin faltar los cuadros de Stari Most, el puente viejo de Mostar, que se venden en las tiendas de souvenir de la localidad para sustento del colegio. El pequeño huerto del centro da para mucho: para ellos y para algunos vecinos, que se beneficiaron la temporada pasada de unos 200 kilogramos de cebolletas.
Jasna recapitula y asegura que el principal objetivo docente es que el mayor número de alumnos acabe integrándose en los colegios no especiales de Mostar, y, cuando lo dice, convence a todos. Pero muestra temor por la marcha en junio de los militares españoles, sus principales benefactores. El Ayuntamiento de Mostar sólo paga el salario de los profesores, pese a que por ley está obligado a correr con todos los gastos.
El presidente de la Diputación de Cádiz responde a las incertidumbres que atenazan al colegio y se compromete a pagar el desayuno de dos meses –unos 1.200 euros, que, en España, cuesta a la institución provincial más de 8.000– y a la firma de un convenio de colaboración.
La diputada Mamen Sánchez toma nota para intentar a través del Ministerio de Asuntos Exteriores paliar la situación.
Al otro lado de esta ciudad de mayorí­a croatabosnia, cerca de la Plaza de España, el Centro Internacional acoge el Programa Cervantes de aprendizaje de español puesto en marcha por la Spfor y unificado por iniciativa de la Universidad de Granada, que creó en noviembre de 2005 la Universidad Internacional en colaboración de las dos universidades de Mostar, la croatabosnia, que lleva el nombre de la ciudad, y la bosniaca, que se llama Dzemal Bijedic.
En el Programa Cervantes, la profesora Zana Trlin Vidackovic imparte clases de español en un aula unitaria –después de la guerra habí­a una en el Oeste croatabosnio y otra en el Este bosniaco– a dos grupos, uno básico y otro superior. La mayorí­a, Andrijana, Hrvoje, Dalibor Andrea, Katica Jelena y Marina, son croatas; Dajana es serbia y Alimet, bosniaco.
Todos, excepto Katica, que declara sin pudor que ella sólo se relaciona con croatabosnios, viven la integración sin prejuicios.
Dalibor, el más veterano de la clase, asegura desde su experiencia como pastor evangelista que los matrimonios mixtos llegan en Mostar al 30 por ciento después de la guerra y se muestra convencido de que la verdadera reconciliación deben protagonizarla no las nuevas generaciones, sino las que vivieron la guerra porque ellos saben lo que hicieron.

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