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VALOR PROFESIONAL

VALOR PROFESIONAL

01/11/2006 FRANCISCO Dancausa

En la época de nuestros padres, aunque no se tuvieran estudios, ya no digo universitarios, sino de bachiller, no era difí­cil que una persona llegara profesionalmente a los más altos puestos de responsabilidad de una empresa. En aquel entonces, donde el acceso a la formación era sólo para un puñado de privilegiados, las empresas eran las encargadas de hacer ciencia de la experiencia y administrársela a su personal en plena zona de combate, esto es, en la práctica profesional. El trabajador sólo poní­a una cosa: su persona, desnuda de todo tipo de etiquetas y plenipotenciaria de todos sus talentos y virtudes, de tal manera que la meta laboral estaba en función de las posibilidades de la empresa y del caletre, y de la integridad del trabajador. Es decir, que si la persona valí­a podí­a entrar de botones y acabar de jefe de zona, por ejemplo, de una entidad bancaria. Este romanticismo laboral, que convertí­a a un aprendiz en el muletilla de su propio destino, prácticamente se terminó. Ahora, si se quiere ser, verbigracia, director de un banco se ha de ser licenciado. Circunstancia que no está nada mal, pero que en nuestra cultura latina –no tanto en la anglosajona– malogra laboralmente a aquellas personalidades autodidactas y creativas, y con virtudes morales, que no cumplen la condición sine qua non para el puesto. No obstante, y según un reciente estudio de la Universidad de Granada, los directivos empresariales empiezan a conceder más importancia a la inteligencia y a las cualidades personales que a la formación académica, destacando como valor fundamental, entre la fluidez verbal, la cooperación y el apoyo por el interés común, a la honradez. Y es que algo debe de estar fallando en nuestra educación, cuando se vuelve a reivindicar en las ofertas de trabajo a aquellos valores morales que nunca han necesitado de tí­tulo para hacer buenos profesionales.

* Publicista
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