– El sabor humano
Un equipo de antropólogos de la Universidad de Granada, en colaboración con colegas de la Autónoma de México, tras diez años enfrascados en la tarea, han llegado a la conclusión de que el canibalismo fue una actividad cotidiana, tanto en la Europa neolítica como en el México prehispano. Lo que rompe uno de nuestros grandes tabúes espeluznantes. Estudiando las marcas de cuchillos y muelas humanas dejadas en 20 mil restos óseos, han concluido reconociendo, en lo que coinciden con los investigadores de Atapuerca, que nuestros ancestros, no siempre por necesidad apremiante, se comían literalmente los unos a los otros. Incluso parece que los precolombinos eran más sibaritas que los europeos, pues, eliminando el corazón de las doncellas que se ofrecía a las deidades para aplacar sus furias, el resto del cuerpo, cocido con maíz, se lo comían los autores del sacrificio ritual chupándose los dedos. Han ido tan lejos los estudiosos que incluso han hallado recetas de cocina elaboradas con carne humana que, en su momento, recogieron dos frailes evangelizadores, los cuales, aún reprobando la costumbre gastronómica, hacen hincapié en que la carne de nuestros semejantes jamás se asaba. No se conoce por qué razón preferían el estofado a la barbacoa.
Pero lo más sobrecogedor del testimonio conservado es que, como no podía ser menos, nuestras carnes son de un sabor idéntico a las del puerco. Lo que, en parte, nos explica por qué un viejo amigo, muy aficionado a degustar cochinillo asado, dejó de comerlo roído por la sensación de que se estaba merendando a un niño de pecho. Y, también, nos lleva a conjeturar que si nos comiéramos, convenientemente curadas y aderezadas, las cachas de los humanos de bellota, éstas sabrían como los carísimos jamones de cerdo ibérico con denominación de origen.
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