F. Javier Perales Palacios
Si algo tienen las estaciones del
año es su carácter cíclico, una de
las propiedades de la naturaleza
que se manifiesta en otros fenó-
menos como el ciclo del agua o
los eclipses. En la vertiente so-
cial también estamos habituados
a los ciclos: modas estacionales,
depresiones postvacacionales,
inicio del curso escolar… Año
tras año asistimos a reiteracio-
nes temporales a las que nuestro
organismo y pensamiento suelen
adaptarse sin excesivas dificul-
tades.
El verano suele ser una esta-
ción bien recibida por casi todos
los humanos, se asocia a vacacio-
nes, ocio, buenas temperaturas,
sol, playa… La Naturaleza, en
cambio, no siempre sale bien pa-
rada; es cierto que coincide con
tiempo de cosecha de cereales,
de maduración de la fruta en los
árboles o con la vendimia, es de-
cir, la hora de recoger los réditos
largamente anhelados por los
sufridos agricultores. Pero no es
menos cierto que en climas e
idiosincrasia como los nuestros
existe un peaje demasiado alto
que abonar por nuestra superfi-
cie forestal, algo así como la deu-
da pública que día a día crece so-
bre las espaldas de esta genera-
ción y de las venideras. Aunque
ya ustedes lo habrán adivinado,
me estoy refiriendo a los incen-
dios forestales. En el ABC de los
GRANADA
medios de comunicación está
que lo rutinario no es noticia y,
desgraciadamente, algo de eso
nos viene sucediendo año tras
año con esta lacra. Ese, sin em-
bargo, no es mi ABC, no me aca-
bo de acostumbrar a aceptarla
como si se tratara de una maldi-
ción bíblica a la que no podemos
sustraernos. No me puedo acos-
tumbrar a mirar hacia nuestra
Sierra y contemplar ese ‘agujero
negro’ de las lomas de Cenes cal-
cinadas, parajes donde tantos
buenos ratos disfruté paseando,
montando en bicicleta, cogiendo
espárragos, viendo la tierra ara-
da por los hoscos hocicos de los
prolijos jabalíes o simplemente
tumbándome a la bartola en al-
gún recatado prado primaveral.
De vuelta de un pequeño peri-
plo por el mar Adriático que, a pe-
sar de su clima mediterráneo tan
similar al nuestro, luce sus mon-
tes frondosos hasta las mismas
orillas de nuestro común mar, al
aproximarnos a nuestro domici-
lio me sorprende la noticia que
me comenta el taxista sobre el re-
ciente incendio de Cenes, coinci-
diendo fatalmente con la visión
lejana de sus nefastas secuelas.
Eso sí es para mí la depresión
postvacacional, significa rebelar-
me impotente ante esas manos
criminales que año tras año aso-
lan los escasos pulmones verdes
de nuestra milenaria Granada:
lomas del Serrallo, el Llano de la
Perdiz, camino de Güéjar o el pa-
voroso incendio de la Sierra de
Imagen del área quemada tras el incendio.
Huétor de hace pocas décadas, ci-
catrices profundas de las que
nuestra maltratada floresta qui-
zás nunca pueda ya recuperarse.
El problema de los incendios
forestales responde al patrón de
todos los problemas ambientales:
su complejidad y, por ende, su di-
fícil abordaje. Visto desde una
perspectiva más popular y echan-
do mano de nuestro rico refrane-
ro, podemos recordar eso de «en-
tre todos la mataron y ella sola se
murió». Son muchos los factores
que confluyen en el origen de un
incendio y en sus consecuencias.
Vamos a enumerarlas sin ánimo
de parecer exhaustivos.
El cambio climático nos está
PEPE VILLOSLADA
conduciendo a veranos más pro-
longados y calurosos, algo ya pro-
bado estadísticamente mediante
la serie histórica de medición de
temperaturas. Existe una clásica
regla para medir el umbral crítico
para la propagación de un incen-
dio, la «regla de los tres 30», me-
nos de un 30% de humedad rela-
tiva, más de 30 km/h de veloci-
dad del viento y más de 30oC de
temperatura; resulta fácil conta-
bilizar cuántos días durante un
verano se cumple en nuestros tó-
rridos montes; y ello también lo
conocen sobradamente los opor-
tunistas pirómanos.
El abandono del monte por la
población española, trasladada
fuego, si bien es cierto que cuen-
ta con mayores medios técnicos
que antaño (hidroaviones, heli-
cópteros, brigadas de interven-
ción rápida…), ha marginado a
municipios que estaban seria-
mente comprometidos con el cui-
dado de sus montes como fuente
de riqueza. Ello ha hecho que, ‘ca-
sualmente’, se produjeran gran-
des incendios coincidiendo con la
creación de empresas públicas
autonómicas dedicadas a estos
menesteres (tal fue el caso de La
Peza en el incendio de la Sierra de
Huétor o en Yeste, Albacete).
Las negligencias, la cultura
del fuego siempre ha estado ex-
tendida entre ganaderos, agri-
cultores o cazadores, ello ha he-
cho que en gran número de oca-
siones la limpieza del monte se
haya identificado con el fuego,
medio rápido y económico de
eliminar maleza, rastrojo o ge-
nerar nuevo pasto. El que se va-
ya de las manos de sus promoto-
res no es nada raro en el contex-
to climático que nos aqueja.
Estas pueden ser algunas de las
causas que contribuyen a la com-
plejidad de este problema am-
biental, pero también las conse-
cuencias son múltiples, y lo vere-
mos pronto en nuestro vecino
municipio de Cenes: erosión del
suelo y menor permeabilidad del
mismo, turbidez de las aguas de
escorrentía, escasez de seres vi-
vos, impacto estético, disminu-
ción del turismo de senderismo…
Quizás haya que recuperar ese
viejo lema de la publicidad insti-
tucional, hoy también ausente
por ‘motivos presupuestarios’:
cuando el monte
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