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OXÍGENO, un gas perseguido por errores

OXÍGENO, un gas
perseguido por errores
Francisco González García
Todo el mundo sabe que el 21% no
es solo el valor de un popular im-
puesto sino que además es el por-
centaje de oxígeno presente en el
aire que nos rodea; bueno, estoy
seguro que todos hemos estudia-
do esa cuestión en algún momen-
to. En realidad esa cifra es una
aproximación pues el valor exac-
to del contenido en volumen varía
según consultemos diferentes
fuentes. En tres textos distintos,
un manual universitario de quími-
ca, una enciclopedia de secunda-
ria y una enciclopedia general he
encontrado los valores de
20,99%, 20,9% y 20,94%. Y en la
Wikipedia, ídolo de las consultas
de nuestros estudiantes, el dato es
20,8%. En la Wiki aparece este va-
lor ligado a la atmósfera terrestre
y si pulsamos el link que nos lleva
a ese otro término se nos dice que
los principales elementos que la
componen son el nitrógeno en un
78% y el oxígeno en un 21%. No
vamos a discutir por unas déci-
mas, ni ningún profesor bajaría la
calificación a un estudiante por
tan pequeño error o redondeo al
alza. Otra cosa será subir los im-
puestos, pero nosotros vamos a
seguir hablando del oxígeno.
Lo cierto es que la historia de
este componente de la atmósfera
terrestre está llena de azares y
errores, casi podríamos decir que
está entre nosotros por error, en
realidad el oxígeno no debía estar
en nuestra atmósfera. Sin su pre-
sencia no habría vida, al menos la
nuestra, pero su existencia se de-
be precisamente al complejo fe-
nómeno que llamamos vida. Ex-
pliquemos un poco esta historia y
algunos errores que rodean al
oxígeno.
Si comparamos la composición
de la atmósfera terrestre con la de
otros planetas rocosos como Mar-
te y Venus, apreciamos que allí no
hay oxígeno libre. En ambos casos
probablemente fue eliminado por
la radiación ultravioleta del Sol.
En Marte solo lo encontramos
combinado en multitud de rojas
rocas oxidadas. La Tierra tendría
ese mismo aspecto a no ser por un
proceso maravilloso que se inició
hace unos 2.500 millones de años,
la fotosíntesis. En los albores de la
Tierra no había oxígeno libre, la
atmósfera primitiva lo presentaba
Ilustración sobre el ciclo del oxígeno.
en cantidad menores. ¿De dónde
procede el oxígeno? La respuesta
está en la formas de vida primiti-
va que habían surgido en la Tie-
rra. Las primeras formas de vida
unicelular en su larga lucha quí-
mica por sobrevivir encontraron
que el agua, abundantísima, po-
día ser descompuesta por la radia-
ción solar con ayuda de alguna es-
tructura parecida a la molécula de
clorofila. Dicho así parece sencillo
aunque en realidad tuvieron que
producirse millones de intentos
azarosos hasta que surgió una for-
ma regular de combinar agua, luz
y una estructura orgánica que die-
ra resultado y que facilitara el pro-
ceso denominado fotosíntesis.
Durante unos 1.500 millones de
años las pruebas se sucedieron
hasta que alguna de ellas funcio-
nó correctamente y entonces im-
pulsado por su éxito comenzó a
producir oxígeno como desecho.
Aquellas formas primitivas de vi-
da, al igual que las plantas actua-
les, lo que ‘buscaban’ era formar
moléculas orgánicas nutritivas
que les permitieran sobrevivir y
en ese proceso el oxígeno es un
mero desecho, un residuo
inútil, algo así como un
simple error metabólico.
Ese desecho al principio se
unía al hierro presente en
los mares primigenios.
Agotado el hierro libre, los
mares comenzaron a eruc-
tar (con perdón) oxígeno
de forma imparable. Y des-
de entonces ya todo cam-
bió, nada sería igual. El
oxígeno desechado se acu-
muló y pudo formarse la
protectora capa de ozono
y, ya ven, aquí estamos. La
presencia de oxígeno libre
en la atmósfera revolucio-
nó las formas de vida per-
mitiendo la evolución de
las células en sus formas actuales
y con la forma conocida de utilizar
el oxígeno, es decir mediante la
respiración aerobia. Es por ella
que podemos responder a una
cuestión que puede les haya surgi-
do, ¿cómo se paró la acumulación
de oxígeno? Todo esto es una his-
toria que sucedió lentamente y
que desde siempre embelesó a la
Ciencia. Digamos que gracias a un
desecho metabólico estamos por
aquí y podemos estar escribiendo
estas líneas.
La cantidad de oxígeno presen-
te en nuestra atmósfera parece ha-
ber oscilado en valores entre 15%
y el 30%. Hace unos 300 millones
de años alcanzó unos valores má-
ximos del 35%, lo que puede expli-
car que los insectos y anfibios de
aquellos tiempos alcanzaran gran-
des tamaños. Imagínense libélulas
de una envergadura de un metro o
ranas bastante más creciditas que
las de nuestras charcas actuales. El
caso es que el poder del oxígeno ha
confundido bastante a los científi-
cos en todo momento. Cuando
aún no se reconocía como un gas,
los químicos tuvieron que emitir
toda una compleja teoría para ex-
plicar los procesos de oxidación, la
teoría del flogisto. Teoría errónea
que aún manejan, sin ser conscien-
tes de ello, nuestros queridos estu-
diantes.
En los textos suele decirse que
fue Joseph Priestley, un clérigo in-
glés, quien lo descubrió en 1774;
exactamente que realizando un
experimento el 1 de agosto. Desde
luego que solo un inglés y en el cli-
ma de Inglaterra se puede hacer
un experimento en que se calenta-
ba algo en el primer día de agosto,
que además era lunes. Tenemos
aquí un error pues el científico
sueco Carl Scheele ya lo había en-
contrado en 1772 pero el manus-
crito donde describía sus expe-
riencias no fue publicado hasta
1777 y por ello el descubrimiento
se atribuye al laborioso clérigo bri-
tánico. Es un error no publicar, ya
lo saben todos los científicos.
Priestley comunicó su hallazgo
al padre de la Química moderna,
Antoine-Laurent de Lavoisier. La-
voisier repitió las experiencias, las
mejoró, por supuesto, y concluyó
que se había descubierto un nuevo
elemento químico que estaba en el
aire; nombrándolo, en 1777, como
oxígeno. Ya tenemos que desde el
momento de bautizarlo resulta
que se produce otro error. Lavoi-
sier formó el nombre a partir de
dos términos griegos: oxys- (pun-
zante o ácido, por el sabor
general de esas sustancias) y
-genes (engendrador). Es
decir «generador de ácidos»
puesto que creía que todos
los ácidos contenían este
nuevo elemento químico.
Lavoisier estaba equivoca-
do, él no lo sabía por supues-
to, puesto que es el hidróge-
no el elemento presente en
todos (o casi) los ácidos. No
fue hasta 1812 que los quí-
micos percibieron el error de
Lavoisier pero el nombre ya
estaba popularizado y con el
prestigio añadido de quien
lo había bautizado. Puede
ser un error enmendarles los
términos a los jefes del labo-
ratorio.
Terminemos recordando, una
vez más, que la Ciencia también
trabaja con la duda y el azar, nun-
ca con la certeza absoluta. El oxí-
geno y el error son consustancia-
les a la vida humana. Ya saben
«Errare humanum est y como de-
cía una primaveral canción «El
error está en el aire»… aunque
creo que no era exactamente así,
disculpen mi error.
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