rancisco González García
–Ogro: Los ogros son muy dife-
rentes de lo que se cree, por
ejemplo los ogros son como las
cebollas…
–Asno: ¿Porque huelen mal?
–Ogro: No, las cebollas tienen
capas, los ogros tienen capas
como las cebollas.
Este dialogo está tomado de la
película Shrek, la primera de la
serie. El interlocutor del ogro, el
asno, no parece comprender de-
masiado bien el símil que le plan-
tea su compañero de aventuras y
le sigue interpelando para deses-
peración del verde protagonista.
Perdonen la distracción cine-
matográfica pero cada vez que
tengo que explicar la estructura
de la Tierra se me viene a la cabe-
za el símil de la cebolla, es decir
la Tierra tiene capas, como las ce-
bollas. Incluso a veces la Tierra
también huele mal, como las ce-
bollas, o nos produce problemas
en el caso de terremotos o erup-
ciones volcánicas.
El interés por conocer la estruc-
tura interna de nuestro planeta
podemos derivarlo del deseo hu-
mano por el conocimiento, en
sentido puro, mas también hay
un interés utilitario. ¿Dónde hay
mayores probabilidades de que
sucedan movimientos sísmicos o
por qué los volcanes se sitúan en
algunos lugares y no en otros?
Son preguntas que podemos res-
ponder si conocemos algo de la
estructura interna de la Tierra.
Cualquier chaval al acabar la en-
señanza Primaria debe saber, no lo
dudemos, que la Tierra es como
una cebolla; quiero decir que tiene
capas. En la Figura 1 vemos los
nombres de esas capas, en inglés,
porque nuestro estudiante cursa
en un colegio bilingüe. Traducido
a lo más elemental, la Tierra tiene
corteza, manto y núcleo.
Este conocimiento, que nos
puede parecer muy elemental, se
alcanzó con gran esfuerzo; no
tanto por las posibles dificulta-
des técnicas sino por obstáculos
de las fuentes del conocimiento.
Me explico. Hasta el siglo XVII la
Ciencia oficial no cuestionaba el
relato bíblico de la creación y sus
posibles consecuencias en inter-
pretar como era nuestro planeta
en su interior. El Sumo Hacedor
había creado cielos y tierra; y ha-
biendo expulsado de los cielos a
los ángeles rebeldes, resulta que
aquellos habían caído a la tierra.
El resultado de la caída, al pare-
cer de los que interpretaban todo
esto, había sido un enorme agu-
Modelo actual de la estructura de la Tierra.
jero (ríanse ustedes de los meteo-
ritos) donde se situaba el infier-
no y en él todos los ángeles caí-
dos. En ese enorme agujero iban
cayendo, por supuesto, todas las
almas pecadoras. Toda esta colo-
sal estructura subterránea es la
visión medieval de la Tierra que
Dante nos narra maravillosa-
mente en su Divina Comedia (ha-
cia 1310). Es literatura que nos
Cualquier chaval al
acabar la enseñanza
Primaria debe saber que
la Tierra tiene capas.
Modelo terrestre de Athanasius Kircher.
Estructura terrestre dibujada por un estudiante para explicar los volcanes.
describe la visión del mundo ha-
cia el final del Medievo. En los si-
glos siguientes la discusión se
centró en si, aparte del enorme
agujero que tenía que contener a
los pecadores (por otra parte ca-
da vez más numerosos), el resto
del planeta estaba hueco o esta-
ba relleno de algunos materiales
parecidos a los que tenemos en la
superficie. La comunidad cientí-
fica estaba dividida pero en nin-
gún caso se objetaba el modelo
bíblico. Fue Descartes, el filóso-
fo, quien en su Filosofía Natural
(1644) propone un primer mo-
delo para la estructura de la Tie-
rra. Y es un modelo de cebolla,
más o menos. Siendo sinceros hay
que indicar que la propuesta de
René era un poco en broma. Des-
cartes imagina que la Tierra fue
creada como el Sol, en un sistema
de torbellinos y que por tanto la
estructura terrenal debería ser si-
milar a la de los cielos; es decir
que podíamos figurarnos una se-
rie de estructuras concéntricas
a semejanza de los cielos, pero
todo es un puro juego intelectual.
Sin embargo la revolución cien-
tífica del siglo XVII comienza a
plantearse seriamente que hay ba-
jo nuestro pies y numerosas pro-
puestas se van abriendo paso de-
jando de lado la existencia o no
del averno. Resultaba sospechoso
que todos los volcanes pudieran
dar entrada al infierno, ¿no será
simplemente algo más natural?
Superar el obstáculo del infierno
central no es fácil. Athanasius Kir-
cher en su Mundus Subterraneus
(1678) propone una Tierra sólida
con un fuego central que alimen-
ta a los volcanes de la superficie
(figura 2). Nicolas Steno es el pri-
mer científico que apunta un mo-
delo que podemos reconocer rom-
pe con las ideas medievales; en su
obra Prodromus (1669) engendra
el concepto moderno de «estrato».
Las puertas de la Geología moder-
na, liberadas de las trabas del pen-
samiento religioso, se han abierto
aunque todavía deberá transcu-
rrir un siglo hasta la obra señera
de Hutton (Teoría de la Tierra,
1778).
Habíamos dejado a nuestro es-
tudiante de primaria con sus tres
bien conocidas capas. Eso esta
chupado, pero en la educación
secundaria hemos de plantear-
nos algunas cuestiones más com-
plejas. Retomemos nuestros que-
ridos volcanes, aquellos por los
que se entra y sale en todas las
aventuras de Verne, preguntán-
donos de donde provienen sus
rocas fundidas. En la Figura 3 en-
contramos una típica respuesta
de nuestros adolescentes. No ol-
vidó las tres capas, incluso dife-
rencia entre manto superior e in-
ferior, agrega magma y la chime-
nea volcánica y hasta la atmósfe-
ra pero… ¡el magma proviene del
núcleo! Ahí tenemos una hermo-
sa e inverosímil chimenea volcá-
nica de unos TRES MIL kilóme-
tros de longitud que lleva el mag-
ma desde el núcleo hasta la su-
perficie. ¿Serán el espectro de
Dante que retorna? ¿Serán tan-
tas películas con efectos especia-
les? ¿Será que los profesores nos
empeñamos en que memoricen
las tres capas y olvidamos las
dimensiones de nuestro planeta?
¿Será que empeñados en los
nombres olvidamos el razona-
miento? Ya lo dijo Descartes:
Cogito, ergo sum ¿O será más
bien: Ego quasi cepa
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