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El tesoro de la Cueva de los Cristales

El tesoro de la Cueva de los Cristales
(Internacional)
Trescientos noventa metros de profundidad, más de cincuenta grados de temperatura y un cien por cien de humedad. Parecen las coordenadas del infierno, pero no es más que la tarjeta de presentación de uno de los lugares más fascinantes jamás descubiertos por el hombre, un bosque de selenita pura oculto durante millones de años en el interior de una burbuja subterránea en la que se han dado unas condiciones irrepetibles, pero necesarias, para formar los que son, hasta ahora, los cristales más grandes del mundo.

No es un lugar hecho a la medida del ser humano. En el corazón mismo de la mina de Naica, en el estado mexicano de Chihuahua, el límite de supervivencia en el interior de este mundo mágico y peligroso apenas si llega a los ocho minutos. Permanecer dentro más tiempo significaría una muerte segura por deshidratación. Los pocos que por ahora han tenido el privilegio de visitar la «Cueva de los Cristales», saben lo que significa salir de ella sediento y con la ropa empapada en sudor, tras haber perdido varios litros de agua en menos tiempo del que se tarda en fumar un simple cigarrillo.

El geólogo y cristalógrafo del CSIC Juan Manuel García-Ruiz, del Instituto Andaluz de Ciencias de la Tierra, en la Universidad de Granada, ha sido uno de esos pocos, y el encargado además de desvelar el misterio de la formación de estas descomunales estructuras cristalinas, que en Naica pueden alcanzar hasta los doce metros de longitud. Los resultados de su investigación sobre el terreno han merecido la portada del último número de la revista «Geology», que se publica hoy.

«Existen cuatro lugares en todo el mundo donde se pueden ver cristales mayores de un metro», explica a ABC Juan Manuel-García Ruiz. «Segóbriga, en Cuenca , Pulpí, en Almería, la mina del Teniente, en Chile, y la de Naica en México, que es la capilla sixtina de los cristales gigantes».

Descubierta por casualidad en el año 2000 por los geólogos de Industrias Peñoles, la compañía que explota la mina de Naica, una de las mayores dedicadas a la extracción de plata y plomo, la Cueva de los Cristales puede considerarse como la «hermana mayor» de la «Cueva de las Espadas», otra cavidad parecida, aunque mucho menos espectacular, situada muy por encima, a sólo 120 metros de profundidad.

«Hace algunos años -explica García-Ruiz- me pidieron que estudiara las minas de yeso de Segóbriga, en Cuenca, donde se encuentran las históricas minas a las que se refería Plinio. Allí vi una foto antigua, de los años 30, en México, donde unos hombres posaban al lado de unos cristales enormes. Era la «Cueva de las Espadas». Pedí permiso para visitarla y entonces me dijeron que allí mismo, en la mina, había otra cavidad, mucho más espectacular, la Cueva de los Cristales».

Se trata de una cueva asociada a una falla por la que desde tiempos inmemoriales fluye el agua, que ha ido disolviendo la roca caliza hasta formar grandes salas. Dentro de la cueva, hasta que fue drenada por la actividad minera, el agua circulaba. Un agua «muy rica en sulfatos y en calcio, que es precisamente la composición del yeso», explica García-Ruiz.

Todo comenzó hace 23 millones de años, cuando se embolsó en Naica una gran cantidad de magma caliente procedente de las profundidades del planeta que, en lugar de salir a la superficie, se quedó atrapado allí. El magma generó fluidos muy ácidos, lo que dio lugar a su vez a sulfuros de plata, de plomo y de zinc. «Al final, se formó anhidrita (sulfato de calcio), que es lo mismo que el yeso, pero sin agua. Y el agua subterránea fue lavando todo continuamente. La anhidrita se forma a 150 grados, pero con el tiempo se enfría, de forma que en la zona que está más próxima a la superficie la temperatura cayó por debajo de los 58 grados. Y ahí está el quid de la cuestión».

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