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Adictos al juego sufren anomalías en el cerebro que afectan a la toma de decisiones

67143 A esa conclusión han llegado tras la elaboración de un trabajo en el que han analizado las similitudes y diferencias psicológicas y de funcionamiento cerebral que existen entre las personas adictas a la cocaína y las que lo son a los juegos de azar, ha informado la Universidad de Granada.

En dos artículos publicados recientemente en la revista «Frontiers in Neuroscience», los científicos han corroborado que la cocaína tiene efectos perjudiciales acumulativos sobre el funcionamiento de áreas del cerebro (cíngulo anterior y parte de la corteza prefrontal) necesarias para el correcto control de impulsos.

Esto se ha comprobado mediante tareas de laboratorio y técnicas de identificación de anomalías de funcionamiento cerebral a través de la electroencefalografía.

Estos efectos negativos sobre el correcto control de impulsos no están presentes en los jugadores, puesto que su adicción no implica el uso de sustancias tóxicas.

Sin embargo, la investigación ha revelado que las personas adictas al juego sí que manifiestan otras anomalías en su funcionamiento cerebral, localizadas también en áreas de la corteza prefrontal.

Estas anomalías están relacionadas con la gravedad del trastorno y afectan a su capacidad de tomar decisiones.

Según los autores principales del trabajo, José César Perales y Ana Torres, del departamento de Psicología Experimental de Granada, «esas malas decisiones afectan al reconocimiento y valoración de las pérdidas que tienen esas personas, aún cuando dichas pérdidas no se refieren a asuntos monetarios».

Además, en los voluntarios que participaron en la investigación se observó también que la tendencia a tomar malas decisiones se incrementa significativamente cuando experimentan emociones negativas como ansiedad o tristeza.

Además, los investigadores han identificado algunos aspectos claves que debe incorporar el tratamiento dirigido a la rehabilitación del juego patológico, especialmente en los casos más graves: tratar directamente los problemas emocionales que disparan la necesidad de jugar, y realizar un entrenamiento específico que permita al individuo aprender a valorar de forma adecuada las pérdidas y sus consecuencias.

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