«La vida de Alejandro Sawa fue una aventura alucinante»
-¿Qué hace una chica como usted escribiendo sobre un tipo como Sawa?
-Como dice la canción, buscando algún tipo de aventura… Y puedo asegurarle que la vida de Sawa fue toda una aventura, tan olvidada como alucinante. Si a eso le unimos un lema que se utilizó durante mi infancia para fomentar el placer de leer: «Si quieres aventura, lánzate a la lectura»…
-¿Prefiere los malditos a los benditos?
-Pues depende de qué malditos y de qué benditos estemos hablando. Desde luego, en ningún caso los «Benditos malditos» a los que cantaba Sabina.
-¿Y los hiperbólicos a los discretos?
-Sobre todo si se trata del «hiperbólico andaluz» Max Estrella, tal y como denominó Valle-Inclán al personaje trasunto de Sawa en su esperpento «Luces de bohemia». Pero hay que tener también la sabiduría precisa para elegir una cierta discreción cuando sea la opción más acorde con las circunstancias y no dejarse llevar tan sólo por la pasión y la vehemencia.
-¿Es de las que cree que muchos discretos lo son porque no tienen nada que decir?
-En eso no puedo más que darle la razón…
-¿Cómo se conjuga el rigor académico con el desmadre bohemio?
-Pues como siempre trataba de explicar Lorca en relación con su «Romancero gitano». El gitano es un tema en la obra de Federico. En mi caso, la anárquica bohemia finisecular es un tema que procuro tratar, siempre, con el mayor rigor, pero también intentando que el resultado de mi trabajo concluya en un texto de cuya lectura se pueda disfrutar.
-En el caso de Sawa, ¿no fue tan fiero el león como lo pintaron?
-Bueno, sí que es verdad que algunas personas que han leído mi biografía se han quedado muy sorprendidas de una faceta suya hasta ahora poco conocida, la de su apasionada relación sentimental con Jeanne Poirier, su «amor inmortal» como él mismo la llamaba en sus cartas, y la de padre cariñoso de su única hija, Helena.
-¿Qué fue mejor, el autor o el personaje?
-Algunos lectores me han comentado que su trayectoria vital es tan intensa, que la vuelve más atractiva que sus propias obras de creación. Pero yo creo que en Sawa hay verdadero talento literario, y ahí está Iluminaciones en la sombra para demostrarlo.
-Usted ha acabado con leyendas como la de que Sawa no volvió a lavarse la cara después de que le besara Víctor Hugo. ¿Es eso lo más ingrato de su trabajo?
-En realidad, es algo que tiene que ver con mi propósito de encontrar a la persona que vivía, paradójicamente, a la sombra de su personaje. Así que no me ha resultado en absoluto ingrato. Sawa continúa conservando su halo legendario, sólo que ahora sé mucho más sobre él, y, consiguientemente, puedo entender mejor su literatura, sus posturas ideológicas y estéticas.
-¿Tuvo que ver usted algo con que tenga una placa en Sevilla en la casa en que nació?
-Y también usted. Cada uno a su manera. En cualquier caso, se trató de un momento verdaderamente emocionante, que permitirá a partir de ahora que cualquier transeúnte de la calle de San Pedro Mártir sepa que allí nació, no sólo Manuel Machado y Rafael de León, sino también Alejandro Sawa.
-Qué le parece que otros poetas de la ciudad como Rafael Lasso de la Vega aún no tengan una calle en Sevilla.
-Que hay instituciones cívicas y culturales que están para eso, para tomar nota de aquellos ciudadanos de su municipio cuyo nombre significó algo en su día para muchas personas.
-Durante su investigación, ¿ha detectado que Sevilla sea especialmente cruel con sus artistas?
-Yo diría que no más que otras ciudades. La palabra «cruel» es algo excesiva. Quizás olvidadiza…
-¿Los raros y olvidados son más atractivos que los best-sellers?
-Sin duda alguna. Wilde dijo que «Un gran poeta, un poeta realmente grande, es la más prosaica de todas las criaturas. Pero los poetas menores son absolutamente fascinantes».
-Creo que siguiendo los pasos de otro escritor olvidado, casi se la comen las pulgas. ¿Qué le pasó?
-En el verano del 92, cuando trabajaba sobre uno de mis más queridos autores, el modernista y orientalista Isaac Muñoz, supe que procedía de una linajuda familia de un pueblo castellano, Tendilla, en Guadalajara. Localicé el antiguo palacio donde aún residía su sobrina nieta, que era muy amante de los animales, de modo que una avanzadilla de pulgas decidió saltar sobre mi ropa ya desde el primer día. Compré una pomada y un repelente de insectos y volví a la carga. Mereció la pena, pues encontré una novela inédita manuscrita de Muñoz.
-¿Eso es lo más penoso que le ha ocurrido siguiendo a autores malditos?
-En general, mis investigaciones son siempre gratificantes. Lo único que me resulta, si no penoso, frustrante es cuando se descubre que es ya demasiado tarde para averiguar un dato crucial, o para encontrar una pista, o para entrevistar a alguna persona que hubiera proporcionado un testimonio valioso.
-¿Acudiría a una sesión de espiritismo para contactar con su también estudiada Amalia Domingo Soler?
-Bueno, primero dejaría que usted, que es periodista, la entrevistase y le pidiese en mi nombre cita o algo así, para que ella y yo pudiésemos hablar largo y tendido. ¿Por qué no utilizar esta fuente documental para reunir información sobre alguien que se caracterizó precisamente por la creación de un género narrativo muy peculiar, que yo he denominado «biografía de ultratumba»?
-Su trabajo ha sido comparado con el de una detective, ¿se parece?
-Manuel Alcántara, en su prólogo a las memorias de González Ruano habla de ese rastreo devoto que caracteriza a las buenas biografías, donde el biógrafo debe ser una mezcla de detective y de enamorado.
-¿Podría señalar tres defectos de la universidad actual?
-La excesiva y creciente burocratización impuesta al ámbito de la docencia, la preocupante y sostenida merma del nivel de conocimientos del alumnado en el momento de su acceso y, probablemente, la endogamia.
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