Sobre el interminable diálogo palestino
Sobre el interminable diálogo palestino
Sultana
Wahnón
AUNQUE el último ataque israelí en Gaza no hubiera tenido las trágicas consecuencias que ha tenido, no parece muy probable que las conversaciones que el primer ministro Ismail Haniyeh y el presidente Abbas han mantenido estos días para crear un gobierno de unidad nacional hubieran podido desembocar en un rápido acuerdo, y menos aún en uno que diera satisfacción a las demandas de la comunidad internacional. Para que esto hubiera ocurrido, y según se deduce de las declaraciones de los diversos actores internacionales implicados, desde la Unión Europea a Estados Unidos, pasando por el propio Israel, el nuevo gobierno habría tenido que respetar las mismas tres exigencias que se le han venido haciendo a Hamás desde que ganó las elecciones. Es obvio, sin embargo, que, si esta organización estuviese dispuesta a respetarlas, desarmando a sus milicias, reconociendo la existencia de Israel y acatando los acuerdos de Oslo, no tendría ninguna necesidad de negociar con el presidente Mahmud Abbas la formación de un ejecutivo conjunto, sino que gobernaría cómodamente en solitario, sin tener que renunciar a una sola de sus carteras ministeriales, y además con las bendiciones de la comunidad internacional, que no en balde ha hecho explícita muchas veces su disposición a dialogar con cualquier gobierno palestino que acepte esos requisitos, con independencia de lo que haya sido o hecho en el pasado. Por lo mismo, las sucesivas reuniones y encuentros que han tenido lugar en los últimos meses entre los dos líderes palestinos con objeto de crear un gobierno de unidad nacional, lejos de ser un indicio evidente de que algo estaría cambiando en Hamás, serían más bien la prueba palmaria de su escasa inclinación a transformarse ideológicamente.
En realidad, hasta ahora los únicos que habrían modificado sus posiciones al respecto habrían sido Al-Fatah y el presidente Mahmud Abbas, que en un primer momento, cuando Hamás lo propuso nada más ganar las elecciones, se negaron en redondo a discutir esta posibilidad, en la que la organización islamista ha visto siempre, en cambio, la única fórmula que le permitiría gobernar sin tener que renunciar ni a la ayuda económica exterior ni a sus principios ideológicos. Lo que sostenía entonces Hamás, y lo que en esencia ha seguido sosteniendo hasta ayer mismo, era que ese ejecutivo de unidad debía servir para que ellos pudieran seguir controlando la política interior y exterior de la Autoridad Palestina, pero eludiendo las relaciones internacionales, de las que deberían ocuparse los dirigentes de Al-Fatah y en especial Mahmud Abbas, quien de ese modo podría negociar con el Cuarteto y con Israel, y hasta abordar la cuestión del futuro Estado palestino en Gaza y Cisjordania, sin que los dirigentes de Hamás se vieran obligados a tratar directamente con la «entidad sionista» ni a reconocer la legitimidad del Estado, del que sencillamente piensan que no debe existir. Desde el punto de vista de Abbas y Al-Fatah, esta fórmula, además de inviable en la práctica (por lo mismo que no podrían tomar decisiones sin someterlas a la improbable aprobación de Hamás), equivalía a ofrecer un salvavidas a la formación que les había arrebatado el poder; de ahí que durante un tiempo se negaran por completo a discutirla.
Sin embargo, en este momento el presidente Abbas no sólo lleva ya meses negociando con Hamás esta posibilidad, sino que hasta parece el más interesado en ella, lo que sin duda tiene algo que ver con su probada impotencia para llevar a término cualquiera de las otras opciones que ha estado barajando para desbloquear la situación actual, desde la de disolver el gobierno de Hamás (algo con lo que ha amenazado muchas veces sin hacerlo nunca realidad), hasta la de convocar un referéndum para que los palestinos se pronunciasen sobre el reconocimiento de Israel y el Documento de los Prisioneros, iniciativa ésta que, a pesar de haber sido anunciada a bombo y platillo, tampoco llevó a la práctica. Advertido por Hamás de que cualquiera de estas opciones conduciría directamente a una guerra civil, el presidente palestino no pudo ya sino acceder al «ruego» que el pasado mes de mayo le dirigió por escrito Ismail Haniyeh en el sentido de que, en lugar de un referéndum, convocase una mesa de diálogo nacional destinada a formar un ejecutivo de unidad, asunto éste sobre el que por lo mismo se ha estado discutiendo desde agosto sin haber llegado a un acuerdo, ni siquiera en la reunión del pasado lunes, y eso a pesar de que, según el mediador independiente Mustafa Barguti, el nuevo gobierno era cosa de cuarenta y ocho horas, a falta de algunos «problemas» por resolver.
Que por lo menos uno de esos problemas sería de muy difícil solución fue algo de lo que, en cambio, informó ya a mediados de septiembre -y coincidiendo con el momento en que las conversaciones empezaron a encallar- el encargado de las negociaciones por parte de Hamás, Jalil Nofal, al explicar no sin cierta lógica que el fracaso obedecía a que el presidente les estaba exigiendo algo que sabía perfectamente que no podían satisfacer, esto es, que reconocieran la legitimidad del Estado de Israel y respetaran los acuerdos de Oslo, lo que en ese instante llevó a la organización islamista a la conclusión de que, en realidad, Mahmud Abbas no estaba interesado en alcanzar un acuerdo con ellos. No tendría, pues, nada de extraño que, si la reunión de este lunes acabó una vez más sin resultado, no se debiera tanto a detalles del tipo de quién tendría que ser el primer ministro, sino al abismo que separaría dos posturas irreconciliables: la de Hamás, por un lado; y la de la comunidad internacional, por otro. Que Haniyeh haya querido aprovechar la excusa del ataque israelí en Gaza para suspender las negociaciones parece, desde luego, confirmar esta hipótesis. Si Abbas logra que cambie de opinión no será, pues, con el compromiso por parte de Hamás de respetar las tres condiciones de la comunidad internacional, por lo que lo más probable es que tengamos que pasar todavía algún tiempo asistiendo a la escenificación de la inagotable voluntad de diálogo de los políticos palestinos, en tanto que el soldado Guilad Shalit permanece secuestrado, los cohetes caen sobre la ciudad de Sderot, las mujeres palestinas sirven de escudos humanos a las milicias y la Unión Europea continúa renovando cada tres meses las ayudas directas a la Autoridad Palestina, so pretexto de que el cambio de Hamás estaría ya al caer.
Catedrática de Teoría de la Literatura de la Universidad
de Granada
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