– Guadalajara La cicatriz del fuego se cierra con arte
AConcha Márquez, galerista, pintora, docente, le llamaron por teléfono para decirle que se estaba quemando el bosque, pero ella no veía nada. Era la hora de la comida, estaba preparando la mesa en su casa de Villarejo de Medina (Guadalajara), junto a su marido, Laurentino Ortega, el alcalde del pueblo, y abrió una tras otra las persianas del salón, hasta que, súbito, vio la gran nube de humo. «Llama al 112, que toquen las campanas de la iglesia y reúne a la gente en la plaza. Me voy. No sé cuándo volveré», gritó Laurentino mientras corría hacia el monte. «Nadie durmió aquellos días. Hacíamos lo que podíamos en medio del infierno. Nunca olvidaré las caras de los ancianos, los niños, las lágrimas, las piñas que explotaban como si fueran bombas», recuerda esta mujer siempre hiperactiva, en la Fundación que lleva su nombre, en el pueblo en el que vive de viernes a lunes.
Han pasado dos años. Estamos cerca de Villarejo, en el monte en el que no se veía el suelo. «Todo era un bosque de pinos», dice Concha Márquez. Es un paisaje de miles y miles de hectáreas en el que, tras las lluvias, ha desaparecido el color carbón. Poco a poco regresa el verde, y los pinos empiezan a brotar. A lo lejos se intuye la cueva de los Casares, un tesoro del paleolítico en la zona donde empezó todo, y el barranco en el que se abrasaron las vidas de los once miembros de un retén. Este julio de 2007, como tardía recompensa por el drama, los obreros asfaltan las pistas de arena y piedras que aún enlazan los pueblos afectados por el fuego. Hace menos calor. Como entonces, sopla el viento.
En busca de artistas generosos
Al final del verano de 2005, a la hiperactiva Concha Márquez se le ocurrió una idea que podría servir para recordar el horror y, al mismo tiempo, para dinamizar turísticamente la vida en la zona quemada. «Miré un mapa y vi que los doce pueblos formaban un círculo. Era una posible ruta perfecta. A partir de ahí empecé a llamar a todo el mundo, a los ayuntamientos para que nos cedieran los terrenos, a los artistas amigos para que hicieran (gratis) una obra que simbolizara aquellos días de espanto, a diferentes empresas para que ayudaran a financiar el proyecto, y a la Junta, que al principio no quería saber nada de cualquier idea que le recordara el suceso y los muertos, aunque al final han prometido una ayuda de 9.000 euros».
El trabajo de captación de obras de arte apuntó a varias dianas. Concha Márquez, desde su Fundación, habló con todos los amigos escultores que encontró en su agenda, y les pidió una colaboración. Al paisajista Javier Mateos se le ocurrió además crear un Festival de Creación de Exteriores Hitos del Rodenal, en busca de instalaciones originales que completaran estos «parques de arte». La ayuda de alumnos y profesores de algunas universidades cerró el círculo del proyecto bautizado como Hitos del Rodenal, en recuerdo a los pinos de esta variedad que se convirtieron en cenizas. En febrero de este año empezaron a subir al monte las obras, en medio de las grandes lluvias. Se atascaban los camiones. El cuadro adquiría el aspecto de una lucha de gigantes, como lo fue la pelea contra las llamas.
«El ritual», obra de Verónica y Pilar Soto, de la Universidad de Granada, es la puerta de entrada al hito de Villarejo de Medina, un pueblo de veinte vecinos en invierno y entre semana. Se han utilizado veintidós pinos, once y once, quemados en el incendio y tratados con productos químicos para convertirlos casi en piedra. Apuntan al cielo, algo más que una insinuación. Unos metros más allá, el trabajo de Carlos Callizo, de la Universidad de Murcia, también está cargado de valor simbólico. Dos troncos verdes, y, balanceándose entre ambos, un tercero que señala directamente al lugar donde murieron las once víctimas de aquel julio.
Entre los escultores que acudieron a la llamada de Concha Márquez están Linda de Sousa, portuguesa, aunque lleva media vida en España, y Carlos Sevilla, que trabaja el hierro —«es mi medio»— en una nave-taller cerca de Brunete (Madrid). Esta mañana, Linda y Carlos pasean por el hito de Villarejo con la piel erizada. Carlos, que pronto se construirá una casa en la zona, como otros artistas, ha aportado un obelisco bautizado como «Puerta de la luz». «Está entre la tierra y el cielo, con once huellas, un mensaje que llega fácilmente a los visitantes», afirma. Linda, en cambio, fijó su atención en Blanca, la única mujer que murió aquel día. «La he situado en un círculo vicioso, agotada entre la vida laboral y la casa, como están muchas mujeres, y luego he colocado una interrogación: ¿y cuando logramos salir de ese círculo, qué hacemos?».
El segundo hito inaugurado está en Ablanque. El ayuntamiento cedió 40.000 metros cuadrados en los que vemos dos instalaciones y casi una decena de esculturas, como el «Varón quemado», de Damián Gironés, o uno de los famosos osos de colores de dEmo. Las instalaciones tienen en teoría fecha de caducidad, este verano, hasta que tomen el relevo los ganadores del siguiente Festival de Creación de Exteriores Hitos del Rodenal, mientras que las esculturas serán permanentes. En los pueblos cercanos, Villarejo y Ablanque, podemos ver además las intervenciones de paisajistas de prestigio, como Eduardo Mencos. «Me hice una casa y un jardín hace quince años no muy lejos, y me dolió especialmente lo ocurrido», afirma. Quizá por eso ofreció su ayuda a Concha Márquez, para situar las obras en los hitos y para embellecer Villarejo. «Hemos intentado rescatarlo estéticamente, ajardinarlo, pintar las paredes de las casas. Creo que con pequeñas actuaciones puedes hacer que la vida sea más grata, y que la gente tenga una excusa para descubrir estos pueblos».