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El arte como espejo de la ciencia: de los cielos volcánicos a la cámara oscura

The Conversation | Autor: Antonio Manuel Peña García. Catedrático del Área de Ingeniería Eléctrica, Universidad de Granada


Arte y ciencia y, más concretamente, pintura y física, siguen caminos frecuentemente entrelazados

Aunque existen incontables ejemplos, si hay un terreno en el que físicos y pintores aprendemos unos de otros, ése es la atmósfera. Desde su modo caprichoso de tratar a los rayos solares hasta sus más violentas rabietas, la envoltura gaseosa que nos acoge y protege es el laboratorio total para científicos y artistas.

El ejemplo más famoso lo brindó el volcán Krakatoa que, tras varios días de actividad, el 27 de agosto de 1883 experimentó una de las erupciones más violentas jamás registradas. Ese fatídico día se produjeron decenas de miles de muertes y otros efectos que siglo y medio después siguen sonando a ciencia ficción. Pero también supuso un hito en la historia del arte.

El grito, de Edvard Munch (1893) Wikimedia commonsCC BY

Una década después, el genial Edvard Munch plasmaba una angustiosa experiencia vivida años antes en El grito, obra maestra del expresionismo y quizá el testimonio más sobrecogedor de la unión entre arte y física. Su cielo estremecedor, que según el propio Munch “se tiñó de rojo sangre” al ponerse el sol, pudo ser algo más que una licencia artística.

El color de un volcán

Existe consenso en que durante los años posteriores a la erupción del volcán Krakatoa los atardeceres fueron especialmente rojizos en ciertas latitudes debido a la acumulación de sus cenizas en la alta atmósfera. Estas cenizas acentúan el fenómeno físico llamado scattering, que hace que las luces azules se distribuyan por toda la bóveda celeste (por eso es azul el cielo) y que las rojas nos lleguen en mayor medida cuando tienen que atravesar más distancia, es decir, al amanecer y en el ocaso.

O, al menos, eso pensábamos, porque un grupo de meteorólogos noruegos ha apuntado que aquel espectáculo de luces pudo deberse a la eventual presencia de un raro tipo de nubes que de cuando en cuando se dejan ver en las altas latitudes. Su afirmación se basa en aspectos concretos del trazo y colorido empleados por Munch. Controversias físicas por unas pinceladas.

Entonces, ¿volcán o nubes exóticas? La polémica sigue viva.

Munch no fue el único artista que incidió en atardeceres muy rojos en aquellos años. Entre una lista considerable, destaca William Ascroft, autor inglés que, sin sospechar la verdadera causa, dejó toda una colección de cielos en llamas en los años inmediatamente posteriores a la erupción del Krakatoa.

atardecer pintado
Un atardecer de junio de 1883, obra de William Ascroft. WordPress.comCC BY

Parece que esos cielos rojos que tanto fascinaron a los pintores de finales del XIX se vieron en muchos momentos y latitudes, independientemente de la eventual presencia de nubes polares.

Cambio climático en el museo

La pintura no solo nos muestra el aspecto del cielo. También es una valiosa herramienta para el estudio del paleoclima, pues aporta valiosas lecciones sobre la evolución climática desde tiempos remotos y la posible influencia antropogénica sobre la situación actual.

El estudio de pinturas rupestres en cuevas del actual desierto del Sáhara ha sido fundamental para saber que, hace miles de años, la vida de sus moradores y la fauna que los alimentaba eran muy distintas a las actuales, prueba de unas condiciones meteorológicas mucho más moderadas en ese inhóspito desierto africano.

Más recientemente, la llamada Pequeña Edad de Hielo que tuvo lugar entre los siglos XIV y XIX influyó poderosamente sobre la pintura, quedando numerosos testimonios de nevadas o ríos congelados en regiones en las que el clima es hoy más benigno.

El secreto de los maestros

Retrato del cardenal Hugo de Saint-Cher (fallecido en 1263) por Tommaso da Modena (1352). Es la primera representación conocida de unas gafas. Wikimedia commonsCC BY

Podría pensarse que entre todos los físicos, solo los meteorólogos se benefician del estudio de las obras maestras. Nada más lejos de la realidad. La óptica, la optometría e incluso la fotografía están en deuda con la pintura.

Lo que hoy llamamos gafas fue un invento italiano de finales del XIII, aunque se usasen lentes para leer anteriormente. Su evolución técnica la podemos estudiar a través de retratos pintados hace siglos.

Pero hay más. Entre las incontables controversias del universo pictórico, pocas tan misteriosas como la de la cámara oscura, un invento que impulsó la física de la luz y la pintura a pares. La inventó un científico árabe, Alhacén, hace 1 000 años, y llegó a ella para rebatir las teorías aristotélicas de la luz. La cámara oscura consiste en la proyección de los rayos reflejados por un objeto a través de un agujero o lente sobre la pared de una estancia oscura. Con un papel fino permite calcarse fácilmente la imagen a menor tamaño o dibujar contornos de manera más fiel que si se pinta “a ojo”.

Ilustraciones de una cámara oscura pertenecientes al libro : El mundo físico : gravedad, gravitación, luz, calor, electricidad, magnetismo, etc. / A. Guillemin. – Barcelona Montaner y Simón, 1882. Wikimedia commonsCC BY

Hoy sabemos casi con total seguridad que la cámara oscura la usaron grandes maestros como Leonardo da VinciVermeer o Caravaggio, quien además fijaba las imágenes con sustancias químicas, estableciendo el germen de la fotografía (¡en el siglo XVI!). También se sospecha de Velázquez, pero solo Leonardo da Vinci lo admitió e incluso describió sus experimentos.

Los artistas, con sus instrumentos ópticos, nos han ayudado a los científicos a estudiar los cielos, a comprender el cambio climático y, en todas las dimensiones, a ver más allá de nuestras propias narices.


Nota sobre atribución de la imagen destacada de la noticia: Cuadros como este Paisaje nevado con patinadores (1565), de Pieter Brueghel el Viejo, ilustran el enfriamiento que sufrió el clima durante la llamada Pequeña Edad de Hielo (siglos XVI a XIX). Wikimedia CommonsCC BY