Beatriz Mouriño Carballido (Grupo de Oceanografía Biológica, Universidad de Vigo) ofrece la conferencia inaugural del Máster en Conservación, Gestión y Restauración de la Biodiversidad.
Los organismos fotosintéticos —como las plantas terrestres, las algas y algunas bacterias— forman la base de las cadenas tróficas, ya que producen materia orgánica y regulan el CO₂ atmosférico. Esta charla revisa los retos a los que se enfrenta el fitoplancton, responsable de casi la mitad de la fotosíntesis del planeta, para sostener la vida en los océanos. A diferencia de las plantas terrestres, vive en el agua, un medio más denso y viscoso que ralentiza los procesos físicos y los conecta estrechamente con la variabilidad biológica. Su capacidad para duplicar la biomasa en apenas unos días lo hace muy sensible a cambios rápidos en la dinámica del agua. Además, mientras la luz se concentra en la superficie, los nutrientes suelen quedar atrapados bajo la picnoclina, una barrera que limita su ascenso. La turbulencia puede ayudar a que suban nutrientes, pero también arrastrar a las células hacia aguas más profundas y oscuras. El famoso mandala de Ramón Margalef (1978) propuso que la sucesión de grupos de fitoplancton depende de la turbulencia y la disponibilidad de nutrientes: las diatomeas grandes prosperan cuando ambos son abundantes, mientras que en aguas estratificadas y pobres en nutrientes predominan organismos móviles o más eficientes en su captación, como los dinoflagelados y los cocolitóforos. Sin embargo, este modelo dejaba fuera al fitoplancton de menor tamaño y se basaba en estimaciones indirectas. Un conjunto de datos reciente y multidisciplinar —obtenido en regiones tropicales, subtropicales, el mar Mediterráneo y el sistema de afloramiento de las Rías Baixas— permitió validar por primera vez de forma empírica el mandala de Margalef. Los resultados muestran que el factor clave no es tanto la concentración estática de nutrientes como su suministro, y que las diatomeas pueden dominar en un rango más amplio de turbulencia gracias a simbiosis con organismos fijadores de nitrógeno y a su proliferación en capas finas. Por último, conviene recordar que los propios organismos también pueden generar turbulencia. En 2018 se demostró que la bioturbulencia creada por bancos de peces durante la puesta en la ría de Pontevedra aumentaba la mezcla en la columna de agua, con posibles efectos sobre el aporte de nutrientes y la productividad. Este descubrimiento fue reconocido con el Premio Nobel de Física en 2023.
- Fecha: lunes 22 de septiembre de 2025
- Lugar: Facultad de Ciencias – Sala de audiovisuales
- Horario: 12:15 h.
- Organiza: Máster en Conservación, Gestión y Restauración de la Biodiversidad
- Más información: rpbarrales@ugr.es



