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“Los combatientes” de Cristina Morales: crítica exclusiva para la web

El Grupo de Teatro de la Universidad de Granada plasma el signo de los tiempos con un montaje que incluye desde una cópula hasta la cacofonía a que conduce el recitado compulsivo de letras de Franz Ferdinand y Plastic Bertrand. Entre una escena y otra, asistimos a la vida privada de una de sus integrantes: sus textos, su participación en una mesa redonda sobre autoras de relatos, su amor por el escritor Juan Bonilla…
La autora
Cristina Morales (Granada, 1985) ha firmado el libro de relatos La merienda de las niñas (Cuadernos del Vigía) y esta novela, que le valió el Premio INJUVE de Narrativa 2012. Asimismo, acaba de ser escogida por El Cultural de El Mundo como uno de los doce nombres menores de 40 años a tener en cuenta en las letras españolas.
Reseña
Pocos géneros tan afines a la sospecha como la narrativa con voluntad política y la autoficción más o menos joven, el primero por lo mucho que cuesta conjugar literatura y compromiso, y el segundo por su ombliguismo de corto recorrido. Resulta por de pronto audaz, pues, que ambos hayan ido a confluir en la primera novela (entendiendo dicho género en una acepción amplia, posmoderna) de la granadina Cristina Morales, posiblemente la elección más sorprendente en el listado de «12 narradores con perspectivas» que presentó El Cultural hace unos días. Baso ese adjetivo, «sorprendente», en la escasa presencia «mediática» y editorial de la escritora hasta la fecha (por más que fuera residente de la Fundación Antonio Gala y figurara en el volumen quinto de la antología cuentística Pequeñas Resistencias), pero, sobre todo, en los méritos de que hace gala este título. Estructurado a partir de un doble eje, la descripción de una obra teatral y la peripecia íntima y cotidiana de la protagonista, Los combatientes nace anticuado en su vertiente simbólica-provocadora (será culpa de La Fura dels Baus, pero que se folle en escena o que los actores se abofeteen de mala manera no nos altera gran cosa, por lo menos desde la frialdad dialéctica tras la que se parapeta la autora), no despega jamás en la ingenua-beligerante y tampoco ofrece grandes novedades en la autobiográfica. Que, cabe destacarlo, sí ampara un par de alegrías gracias al humor con que Morales acomete la descripción de los actos literarios a los que acude como participante o espectadora. Hay mirada y hay maneras, sin duda, pero la sangre no salpica ni hierve, como la letra no invita a la revuelta. Sospecha bastante cumplida, combate tirando a nulo.
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